Por MANUEL DOMÍNGUEZ MORENO
La crisis que afecta al socialismo madrileño ni es nueva ni es muy diferente de los conflictos que han marcado su historia a través de los años. Al contrario, se presenta, más que otra cosa, como un nuevo episodio en las continuas fracturas que aquejan a la tercera federación en importancia numérica de militantes del PSOE.
La vieja Agrupación Socialista Madrileña de los años setenta, la época en la que se producían los movimientos de renovación que darían al traste con la dirección socialista del exilio y encumbrarían en el poder a Felipe González, estaba integrada por nombres que luego habrían de ser extraordinariamente significativos en la configuración del modelo socialista de la Transición y del llamado ‘Felipismo’, como por ejemplo, Javier y Luis Solana, Gregorio Peces Barba, Pablo Castellanos, etc.
Ese fue el germen de la reconstrucción del partido en Madrid tras la muerte de Franco. Una organización intelectualmente preparada, con cierto arraigo entre el profesorado universitario, con presencia en los núcleos culturales más importantes pero sin apenas desarrollo orgánico suficiente para competir con el PCE que había asumido el esfuerzo de resistencia y oposición a la dictadura en los años más duros de la clandestinidad.
Habría de ser mediante un proceso de fusiones como el PSOE de Madrid, ya Federación Socialista Madrileña, conquistara espacios nuevos hasta entonces inéditos en su implantación: el PSP de Tierno Galván, Convergencia Socialista Madrileña de Joaquín Leguina o Enrique Barón.
Con las fusiones se reconstruyó un socialismo madrileño fuerte y con peso político en el interior del partido y con mayor reflejo en la sociedad, pero con los primeros éxitos electorales -la mayoría de izquierdas en el Ayuntamiento de Madrid y el área metropolitana de la capital- comenzaron los problemas internos y los escándalos por corrupción.
Así sucedió con la adjudicación de una contrata de basuras que se llevo por delante al primer secretario general de la FSM, elegido tras su primer congreso, Alonso Puerta, -el denunciante- y que supuso la primera crisis interna en el socialismo madrileño después de la recuperación democrática. Puerta fue expulsado y el ‘convergente’ Leguina impulsado a la dirección socialista.
El régimen de ‘la mesa camilla’
Poco tiempo después, combinando nombres históricos y jóvenes dirigentes -Prat, Páez, presidente de la federación, o Carvajal, que habría de ser Presidente del Senado con Barranco, Acosta o Cano- se empezarían a entrelazar los mimbres del poder del socialismo madrileño durante veinte largos años. Sería el llamado régimen de ‘la mesa camilla’.
Fueron los años de la Casa Común de la Izquierda, la desafortunada expresión para justificar el continuo desembarco de excomunistas en el PSOE, singularmente en la FSM, y de los éxitos electorales sin parangón. Tierno ganó con mayoría absoluta con un porcentaje superior al 50%, igual que Leguina, secretario general y primer presidente de la Comunidad de Madrid.
El partido se vertebró en torno al poder. Fundamentalmente el local, ya que la naciente comunidad de Madrid carecía de competencias y su existencia era esencialmente testimonial, como les sucedía a otras entidades autonómicas del 143. Aún así, Leguina creó una primera estructura básica donde se colocaron sus amigos más próximos, Barranco ya controlaba el grupo municipal del Ayuntamiento y Acosta, cada vez más poderoso, tejía y entretejía los asuntos de ‘la Casa’, colocando y descolocando a placer en un entorno sin competencia.
En todo este tiempo, la larga mano de Alfonso Guerra, poderoso vicepresidente del Gobierno con González y controlador máximo de los llamados “fontaneros” de Madrid, capitaneados por Teófilo Serrano y Alejandro Cercas, la corriente minoritaria, sin mayor peso que la ocupación de cargos de segunda fila en la sede de Ferraz o en el aparato central de la administración, pero ausentes de facto de la política local y regional madrileña. Siempre atentos y siempre a las ordenes de arriba, pero incapaces de sublevarse contra el ‘leguinismo’.
Hasta que un cúmulo de desavenencias, al que no fue ajena la voluntad de controlar la Caja de Madrid y quitar a Jaime Terceiro, presidente propuesto por Leguina, por parte de los seguidores de Acosta que tras largos años de complicidad rompía el orden que tan buenos resultados electorales había dado al socialismo madrileño, dividía en dos la federación, se asociaba con los guerristas e iniciaba la peor etapa de ruptura, retroceso electoral y descrédito político de la historia del socialismo.
Desde el año 90 hasta bien entrado el siglo XXI, la crisis de la FSM adquirió distintos perfiles y tuvo diferentes rostros, pero siempre la misma secuencia desoladora de distanciamiento de la realidad y de conflicto de familias políticas para hacer valer derechos de representación en el cada vez más menguante poder político.
Junto a Leguina habían estado Barrionuevo, Solana, Borrell, Barón, el llamado ‘clan de Chamartín’, y junto a Acosta un nutrido grupo de militantes sin proyección pública entre los que ya estaban Rafael Simancas y Tomás Gómez, los protagonistas de posteriores sucesos y de las jornadas más recientes.
Simancas logró poder formar gobierno pero una de las familias surgidas en esas fechas. Los renovadores de la base de Balbás, lo traicionó y dio el poder a Aguirre. Ferraz lo despidió por encargo del presidente Zapatero y auparon a Gómez. Con ello quedaron marcadas las nuevas tendencias opuestas.
Entre medias y por el camino Morán, Cristina Almeida, Enrique Barón, Trinidad Jiménez, Miguel Sebastián y todo tipo de apuestas para intentar hacer desde arriba lo imposible desde abajo. Las primarias como campo de juego de la confrontación política interna y no como convicción democrática.
Tal y como había sido el conflicto Acosta versus Leguina se produce ahora ahora el Simancas versus Gómez, lejos del poder, veinticinco años sin gobernar, perdiendo apoyo electoral y con una estructura de cuadros, en ambos lados, desconocidos socialmente, formados en la conspiración, sin bagaje profesional ni preparación política ni intelectual.
Gómez, sustituto de Simancas en 2007 como secretario general ha sido ‘cesado’. Y vuelve, como presidente de la Gestora, Simancas. No se trata de un cambio, sino de otra vuelta de tuerca. La crisis seguirá.