Por Paz Mata
04/03/2016
Cuenta con dos Oscar en su haber, ha revitalizado una vieja compañía de teatro inglesa y ha revolucionado el mundo de la televisión. Por si fuera poco, entre sus amigos figura un expresidente de los Estados Unidos y el actual inquilino de la Casa Blanca es uno de sus más fervientes fans. Ahora presenta la cuarta temporada de la serie –se estrena este viernes en EEUU y el sábado en España– que le ha llevado a la Casa Blanca en la ficción, House of Cards.
It’s time. #HouseofCardshttps://t.co/dlmYoONbVn
— House of Cards (@HouseofCards) 4 de marzo de 2016
En una soleada mañana de otoño, en Baltimore (EEUU), Kevin Spacey (Nueva Jersey, 1959) no parece tener prisa para nada. Los fines de semana los dedica a leer, pasear a sus perros y seguir con pasión cualquier deporte que den por la tele, ya sea tenis (del que es un obseso espectador y jugador), béisbol o fútbol. Pero hoy ha tenido la deferencia de regalarnos su tiempo e invitarnos a visitar el lugar donde desde hace tres años rueda la serie House of Cards. Si bien en el escenario o en la pantalla puede llegar a ser intimidante, intenso y despiadado, en persona es todo lo contrario, relajado, irónico, un pelín canalla, capaz de reírse de todo y de todos, empezando por él mismo.
Spacey tiene una peculiar tendencia a convertirse en alguien distinto a él sin avisarte. Primero te recibe en camiseta, gorra de béisbol y jeans y a los pocos minutos aparece como si fuera a presentarse ante la prensa en los jardines de la Casa Blanca, cosa que ha venido haciendo semana sí, semana no, en esta “ficticia” por la que nos paseamos hoy. “Entre toma y toma de repente te sorprende imitando a Jack Lemmon, Al Pacino o al mismo Bill Clinton y te mueres de risa,” nos comentaba minutos antes su compañera y cómplice en la serie, la actriz Robin Wright. Spacey empezó a afinar esa especial dote cuando era un niño, motivado por el deseo de hacer reír a su madre, que trabajaba día y noche para sacar adelante a sus tres hijos. Kevin no fue un estudiante modelo en el colegio, pero sabía cómo entretener al personal y ese talento es el que le ha traído hasta aquí.
El camino ha sido largo, pero fructífero. Tras su paso por la prestigiosa Julliard School of Arts, Spacey se metió de lleno en el teatro, debutando con la producción de Enrique IV en el New York Shakespeare Festival y en Broadway con Fantasmas, de Ibsen. Hollywood no tardó en ficharle al percatarse de su gran talento, premiándolo con el Oscar al mejor actor secundario por su trabajo en la película Sospechosos habituales, a la que siguieron Seven, L.A. Confidential y American Beauty. Su interpretación de un deprimido cabeza de familia que vive en un anodino barrio residencial de una ciudad norteamericana le trajo su segundo Oscar. Cuando parecía que había encontrado su nicho en Hollywood, el actor nos volvió a sorprender, dejándolo todo para convertirse en el primer director artístico americano del Old Vic Theater, el legendario teatro londinense. “La gente pensó que estaba loco, dejándolo todo para revitalizar un viejo teatro,” dice riendo a carcajadas. “Lo mismo opinaron cuando firmé contrato con Netflix para producir House of Cards. A estas alturas está acostumbrado a que la gente crea que ha perdido el norte, “pero en el fondo”, confiesa, “me encanta que lo piensen”.
De lo que no cabe duda es que ha sido todo un visionario a la hora de transformar el modo en que la sociedad empieza a consumir entretenimiento, a través de esta nueva empresa que ha iniciado con Netflix y House of Cards de la que, además de productor, es el protagonista de la historia. Un año antes de meterse en la piel del maquiavélico político Francis Frank Underwood, Spacey estuvo haciendo una gira por los teatros del mundo interpretando a Ricardo III. Quién mejor que este ambicioso y asesino rey shakesperiano para construir el molde del que saldría su Frank Underwood, un hombre que puede llegar a ser inmensamente perverso, retorcido y despiadado y, al mismo tiempo, hacer que el espectador le apoye y se sienta fascinado por él. Un personaje hecho a su medida.
¿Se imaginó que esta serie llegaría a una cuarta temporada?
Cuando tuvimos la idea de hacer esta serie estaba en mi quinto año dirigiendo el Old Vic y empezaba a pensar que iba a tener que trabajar en serio para recuperar mi carrera cinematográfica. En ese momento teníamos en la mano una buena historia que daba mucho de sí. Sabíamos que llegábamos a la cuarta temporada e íbamos a coincidir con las elecciones presidenciales del 2016, pero hasta ahí llegamos. Para mí significa una increíble oportunidad de reconstruir mi carrera de actor.
Increíble es el éxito que está teniendo internacionalmente. ¿Es consciente del gran número de fans que tiene en todo el mundo?
Sí, claro. He podido comprobarlo en mis viajes por Asia, Europa y Oriente. Es interesante ver la manera tan diversa que tiene la gente de responder a la serie, dependiendo del país, de su cultura y de la situación política en la que estén viviendo. He visto lo popular que es en todo el mundo y eso me llena de satisfacción.
¿Ha influido eso a la hora de escribir nuevos episodios?
No, hemos hecho lo que teníamos pensado hacer. Lo único que ha afectado al arco de esta historia es el hecho de no haber tenido que escribir un episodio piloto para Netflix. Eso nos ha permitido ir introduciendo a los personajes cómo y cuándo estaba pensado y no en los 50 minutos establecidos para presentarlos a todos, que es lo habitual cuando se prepara un piloto.
¿Qué me dice de los eventos que están sucediendo en la política actual? ¿No se sienten tentados a escribir algo basado en hechos reales?
No, no nos interesa sacar historias de los titulares. De hecho, ha sucedido al contrario, que a Beau Willimon y su equipo de guionistas se les ocurra una idea, la escriban, la rodemos y al poco tiempo eso ocurra. Pasó en la segunda y en la tercera temporada. Ahora estaba pensando escribir algo sobre que el congreso apruebe la subida de presupuestos para la cultura y ver si ocurre de verdad (risas).
¿Cómo se ha sentido metiéndose en la piel de Underwood a lo largo de estos años?
No soy de los que viven con el personaje después del rodaje. Imagínese si lo hiciera lo jodido que estaría ahora (risas). Cuando cuelgo el traje, el personaje se queda en la percha y yo me voy a mi casa. A mí me pagan por pretender ser otra persona y eso es lo que hago.
¿Le satisface o le preocupa que de todos los personajes que ha interpretado con quien más le identifica el público es con Frank Underwood?
¿Por qué me iba a preocupar? Es un personaje fascinante, extraordinariamente bien escrito. Me siento muy afortunado de contar con un equipo creativo como el de Beau Willimon y con magníficos directores como David Fincher. Si la gente sólo me recuerda por este personaje me sentiré muy satisfecho.
Sé que ha visitado la Casa Blanca en varias ocasiones. ¿Qué siente cuando pasea por los jardines o incluso se adentra en el despacho oval, fuera del horario de visitas turísticas?
Lo mismo que cuando he estado en el Congreso de los Estados Unidos o en el palacio de Buckingham. Cualquier edificio que contenga una importante parte de la historia de la humanidad impone. No son construcciones cualquiera, ni siquiera es el edificio lo que importa, sino lo que representa. Uno siente su historia y los eventos que han ocurrido entre sus paredes. Me sucede lo mismo cuando estoy en el Old Vic. Ese edificio tiene fantasmas y éstos son los que te animan a que hagas un buen trabajo. Eso es lo que siento cuando entro en la Casa Blanca, no importa las veces que hayas estado entre sus paredes.
¿Ha cambiado su relación con la política durante estos años que lleva ocupando un despacho en la Casa Blanca, aunque sea en la ficción?
Mi relación con la política de este país tiene sus orígenes en mi adolescencia, cuando trabajaba en la campaña de Jimmy Carter, llenando sobres con propaganda electoral. Fueron las primeras elecciones presidenciales en las que trabajé. Más tarde lo hice en la de John Anderson cuando era candidato independiente en los comicios de 1980, ese mismo año también participé en la del senador Ted Kennedy cuando se unió a la carrera presidencial. Desde entonces he trabajado siempre con el Partido Demócrata y lo hice para el expresidente Clinton. Pienso que el servicio público es algo muy importante y mi trabajo en esta serie, por muy maquiavélico que sea mi personaje y sus operaciones, no ha cambiado mi visión de la política ni mi compromiso con la democracia.
Esos juegos maquiavélicos que siempre han existido en las campañas electorales cada vez son más obvios. ¿Sigue confiando en los políticos?
En política hay de todo. Las campañas son agresivas y complicadas y las cosas se pueden poner muy feas. Pero a veces también se ven personas trabajando en equipo y tratando de hacer bien las cosas, no dejándose llevar por el partidismo, sino por las buenas ideas y resolviendo problemas. La política es muy apasionante, para mí lo es tanto o más que el teatro. Cuando trabajas en el teatro o en una campaña política no piensas que estés cambiado el mundo pero sí que estás plantando la semilla para que se produzca ese cambio. Éste se produce cuando una persona va a ver la obra y siente algo muy especial que le hace amar el teatro para siempre y, por consiguiente, apoyar las artes. Nunca se sabe, pero tu trabajo puede motivar a una persona a cambiar su vida.
¿Como le afectó la experiencia del teatro?
Me cambió por completo. La primera vez que asistí a una clase de actuación aprendí muchas cosas sobre autoestima, sobre trabajar en equipo y colaborar con los demás. Aprendí a encontrar mi propia voz para expresar mis ideas y mis opiniones. Todo eso es muy importante para el individuo y creo que lo mismo ocurre con la política.
¿Es optimista con respecto a la política?
Siempre he sido optimista. Me encanta interpretar la intriga, la malicia y todos los aspectos maquiavélicos de esta serie en particular, pero eso no afecta en absoluto a mi entusiasmo y mi creencia en lo buenos que pueden ser los políticos para la sociedad y lo valioso que es el servicio a la sociedad de la política.
Sé que es amigo de los Clinton. ¿Qué cualidades ve en Hillary Clinton que le hagan ser la candidata perfecta para ocupar la Casa Blanca?
No me parece correcto considerarme amigo de Hillary Clinton aunque haya estado con ella en muchas ocasiones. Conozco mejor al expresidente Bill Clinton, con el que he colaborado en diversas ocasiones. Pero aunque la conociera bien nunca se me ocurriría hablar de ella en este tipo de situaciones. Creo que la gente la va a llegar a conocer muy bien a lo largo de su campaña electoral, lo suficientemente bien como para decidir si la consideran apta para ser la persona que dirija este país durante los próximos cuatro años.