Por Manuel Domínguez Moreno
Se podrá estar de acuerdo o no con él, pero sus opiniones no dejan indiferente a nadie, como se evidencia una vez más tras la publicación de su segundo libro Diario de un ministro (Editorial Planeta, 2015), donde el exministro de Defensa José Bono no deja títere con cabeza. Estas memorias de su paso por el Gobierno, que abarcan desde la tragedia del 11-M hasta el desafío independentista catalán, no son un ajuste de cuentas con la historia, pese a que contienen algunos dardos envenenados que lanza envueltos en la alabanza y hasta en la linsonja.
El político que pudo ser presidente del Gobierno en lugar de José Luis Rodríguez Zapatero, frente al que perdió las primarias para la nominación –una espina que aún lleva clavada–, desvela situaciones comprometidas que levantan ampollas, como el chalaneo entre el presidente Zapatero y el president de la Generalitat, Artur Mas, a quien atribuye la frase: “Yo voy quitando lo de nación y tú vete poniendo más dinero”. Bono, que por la cuestión catalana arrestó a un teniente general –el primero que sufría este correctivo desde la Guerra Civil–, acaba reconociendo que salió del Gobierno por su desacuerdo con el Estatuto de Cataluña. Ahora añade que “España no roba a Cataluña porque los ladrones de verdad ya han aparecido”.
La irresponsable gestión del accidente del Yak 42 también merece las críticas del político castellanomanchego, a quien no le duelen prendas al afirmar que si los muertos hubiesen sido jueces o políticos, se habría condenado a los culpables. El exministro socialista asegura que en política ha colmado todas sus aspiraciones y que no piensa volver a la primera línea, aunque seguirá militando en el PSOE mientras viva.
Califica de delicada la situación que se vivió en el ámbito militar durante la tramitación del Estatuto de Cataluña en 2006. ¿Podría detallar el peligro al que se refiere en su libro?
En él detallo con precisión el peligro generado por un grupo muy pequeño de altos militares que tuvieron que ser escuchados con autorización del Tribunal Supremo para evitar un pronunciamiento contra el Estatuto de Cataluña. No era un golpe al estilo clásico, ni siquiera ruido de sables, sino más bien ruido de lenguas. Hubiese sido una vergüenza para España el pronunciamiento de un grupo de militares, por pequeño que fuera, en contra de una ley aprobada por el Parlamento. Para que se hagan una idea de la dimensión, el alcance y la gravedad del momento, el general Mena manifestó en un Consejo Superior del Ejército lo siguiente: “Si el Estatuto de Cataluña va a menos o se cae no tendremos que actuar los Ejércitos. En caso contrario la responsabilidad será de la Corona y si la Corona no actúa tendrá que tomar las maletas e irse de España. En ese caso nosotros tendremos que actuar en consecuencia”. El PP defendió a Mena y hasta el Financial Times, en su edición del 10 de enero de 2006, afirmó en un artículo titulado Rehén de Cataluña que “desafortunadamente, el PP en la oposición parece pensar que el general Mena tiene algo de razón. Eso podría suponer una mayor amenaza para la unidad de España que las ambiciones autonómicas catalanas”.
Usted era contrario al Estatuto de Cataluña. ¿Cómo es posible que arrestase a un general por estar también en contra?
Mi opinión acerca del Estatuto de Cataluña era clara y la manifesté abiertamente. Comprobé que, según una encuesta realizada por la Generalitat de Cataluña, no era una prioridad para los catalanes que, por cierto, situaban al Estatuto en el lugar número 24 de sus preferencias. Además, anuncié que en el texto estatutario que se proponía podía estar el germen de un soberanismo secesionista. Ésa es una cosa y otra muy distinta que un general del Ejército amenazase con tomar medidas contra una ley aprobada por el Parlamento. Los militares de ningún país democrático tienen la posibilidad de juzgar la constitucionalidad o no de las leyes. Era tan clara mi posición desfavorable al Estatuto como favorable a la Constitución y al sometimiento de los militares a la ley. Por eso Mena fue cesado y arrestado, el primer teniente general arrestado desde la Guerra Civil.
La frase que pone en boca de Artur Mas dirigida a Zapatero –»Tú ve poniendo más dinero, que yo iré quitando lo de nación»– sitúa al presidente catalán prácticamente a la altura de un gobernante ‘mercader’. ¿Qué opinan sus compañeros del PSC de su experiencia en el problema catalán?
Mi opinión sobre la expresión de Artur Mas a Zapatero es clara: no estoy en contra de los mercaderes pero creo que han de estar en los mercados, no en los gobiernos. Hay valores que no se pueden comprar o vender. La soberanía nacional no es ni puede ser objeto de compraventa. Cuando haga usted una entrevista a los dirigentes del PSC puede preguntarles sobre este asunto.
A día de hoy, ¿aún ve el problema catalán como un serio peligro secesionista?
La voluntad expresada por algunos líderes de los partidos soberanistas catalanes es clara. Desean la independencia de Cataluña y la han impulsado durante algún tiempo diciendo que España robaba a Cataluña y que si fuesen un país independiente vivirían mejor sus ciudadanos. A medida que los catalanes se van dando cuenta de que España no le roba y van comprobando que los ladrones son otros, el suflé independentista está bajando de volumen. España no roba a Cataluña, los ladrones de verdad ya han aparecido. Es hora de llegar a acuerdos y conseguir superar los errores cometidos por ambas partes y asegurar que Cataluña y España sigan unidas como lo han estado durante siglos. Es preciso convencerse de que juntos somos más fuertes y de que separados el bienestar se resentirá gravemente.
Y la nueva ejecutiva del PSOE de Pedro Sánchez, ¿qué hace por la unidad de España?
El partido socialista siempre ha defendido la unidad de España y no tiene ninguna querencia secesionista. Para los socialistas es mucho más importante la igualdad de derechos de los ciudadanos que la proclamación de identidades territoriales. Como dijimos en Santillana del Mar (donde El PSOE aprobó por consenso en 2003 su modelo de participación de las autonomías en el Estado) la pasión de los socialistas ha sido siempre España.
En relación al 11-M, desvela en su libro que era imposible que Aznar no tuviera totalmente claro que la masacre la habían causado integristas islámicos y no ETA. ¿Puede concretar más esta conclusión?
Mi libro comienza aquel fatídico 11 de marzo de 2004 en que el terrorismo islámico despertó Madrid a bombazos, llevándose por delante la vida de 191 personas. Tras el atentado del 11-M, la reacción del presidente Aznar dejó graves secuelas tóxicas en la vida pública española. Asistimos a días de infamia protagonizados por quienes utilizaron la mentira como arma de destrucción masiva de la convivencia cívica. Contra el PSOE valía todo. Culpar a ETA del atentado en los primeros momentos era disculpable para todos los españoles menos para dos: Aznar y Acebes. Ellos aseguraron desde el primer día que había sido ETA, justamente lo contrario de lo que sabían o tenían obligación de saber. Durante largo tiempo algunos medios y tertulianos afines al PP extendieron la sombra de la sospecha sobre la legitimidad del gobierno de Zapatero. Todo valía para atacar la victoria electoral del PSOE.
¿Acusa entonces directamente al Gobierno de Aznar de utilizar los resortes del Estado –Centro Nacional de Inteligencia (CNI) incluido–, para ocultar la verdad a los ciudadanos por intereses puramente electorales?
La verdad a la que me refiero es aquella que la ciudadanía demandaba en las calles preguntando: “¿Quién ha sido?”. Aún zumba en los oídos de todo el mundo la falaz respuesta del ministro del Interior Ángel Acebes: “Es miserable el que dude”, o el telegrama del Ministerio de Exteriores a nuestras embajadas: “Ha sido ETA”. La verdad a la que me refiero es otra, conexa con esta mentira, pero distinta. Me refiero a la durísima verdad del aprovechamiento político y electoral del terrorismo que hemos padecido en España. Habíamos visto a Arzalluz recogiendo las nueces que caían del árbol que meneaba ETA. También habíamos oído a Aznar llamar ‘Movimiento Vasco de Liberación’ a ETA en su intento de negociación con la banda. Creíamos haberlo visto y oído todo, y resultó que no.
Asegura que ha sido honesto en la narración de este libro. ¿Ha dejado guardada en el cajón alguna información destacable que nunca podrá hacer pública por afectar a la seguridad nacional?
No he publicado nada que deba mantener legalmente reservado, bien por haberlo jurado, como son las deliberaciones del Consejo de Ministros, o bien por ser materia de documentos clasificados como secretos.
Un ministro de Defensa es quizá uno de los miembros del Gobierno que mantienen una relación más estrecha con el jefe del Estado. ¿Qué tal fueron las suyas con Juan Carlos I?
El Rey, además del jefe del Estado, es quien, según la Constitución, tiene mando supremo de las Fuerzas Armadas y mis relaciones fueron siempre de respeto y de subordinación constitucional. En el ámbito de la Defensa, don Juan Carlos me ayudó a llevar adelante mi tarea porque tiene un gran conocimiento de los Ejércitos y los militares le tenían una gran lealtad; su autoridad personal ante los uniformados era indiscutible.
¿Hubo algún momento de tensión con el monarca o todo discurrió por cauces de cordialidad y fidelidad?
Momentos de tensión no hubo. En los despachos ordinarios exponíamos puntos de vista que no siempre eran absolutamente coincidentes. Para eso se despachaba y se contrastaba. Yo explicaba mi posición y finalmente se hacía lo que resultaba más conveniente al interés general.
¿Y qué tal discurrieron sus relaciones con la cúpula militar durante su mandato como ministro de Defensa?
En conjunto, la Secretaría General de Política de Defensa (SEGENPOL) y los jefes de Estado Mayor, con el JEMAD Félix Sanz a la cabeza, fueron ejemplares en el cumplimiento de su deber. Mantengo relaciones de amistad con ellos. Aprendí mucho de su profesionalidad y buen hacer.
¿Qué supuso para usted la gestión que se hizo del caso Yakovlev 42?
Pese a que el general Luis Alejandre Sintes, entonces jefe del Estado Mayor del Ejército, creía que los familiares de los muertos en el accidente del Yakovlev “sólo querían dinero”, me acerqué a ellos y cuantos conocí me inspiraron confianza. Escuchándolos comprendí que tenían razón: no se habían tenido en cuenta las quejas de nuestros soldados que habían viajado en vuelos similares y, despreciando su información, se contrató un avión que por sus carencias técnicas nunca debió transportar a nuestros soldados. Me entregué a fondo y lo hice con la mejor voluntad que pude.
Otra anécdota, cuando menos curiosa, es la que cuenta sobre el desvío inesperado que realizó en su prevista gira por Latinoamérica para satisfacer los deseos de Hugo Chávez. ¿Se puede presionar a todo un ministro de Defensa de un país soberano con el único objetivo de conseguir un suculento contrato armamentístico?
No hubo presión. Lo que ocurrió fue que de regreso a España, en pleno vuelo, llamó al avión nuestro embajador en Venezuela Raúl Morodo: “El presidente Chávez quiere hablar contigo”. Contacté con el presidente Zapatero para pedirle permiso y alterar el plan de vuelo. Aterrizamos en Barquisimeto y me entrevisté con él.
¿Ha quemado usted las naves que le podrían llevar de vuelta a la política?
Cuando cesé como presidente del Congreso de los Diputados en diciembre de 2011 anuncié que no tenía intención de optar a ningún otro cargo público; no lo he hecho ni lo haré. He intentado servir a mis conciudadanos como presidente de Castilla-La Mancha, como ministro de Defensa y como presidente del Congreso de los Diputados y he colmado todas mis aspiraciones en política. Estoy muy agradecido a los ciudadanos y a mi partido. No deseo volver a la primera línea, aunque mientras viva militaré en el PSOE y defenderé los valores de solidaridad y justicia que informan su ideario desde su fundación hace más de 135 años.
IN MEMORIAM DE LAS VÍCTIMAS DEL YAK-42
Este libro lo dedica José Bono a la memoria de los 62 militares españoles que murieron el día 26 de mayo de 2003 cuando regresaban de Afganistán en el Yakovlev 42. Sus nombres figuran en la primera página. Es el homenaje personal del exministro de Defensa a unos soldados cuyas familias “siguen sufriendo” porque no se les ha hecho justicia. Según explica, “hoy se sabe la verdad de lo ocurrido en el Yakovlev pero los culpables están libres: unos, los del sumario de la contratación del avión, porque no hubo condena; y otros, los culpables de la falsa identificación de los cadáveres, porque el PP los indultó.
Si en vez de soldados los muertos hubieran sido jueces, políticos o periodistas, se habría actuado de otra forma, habría habido reproche penal para los culpables. No tengo duda alguna al respecto. La dedicatoria de este libro a los 62 militares que murieron en el Yakovlev quiere ser homenaje a sus vidas, recuerdo de su muerte y denuncia a los culpables, que no han sido sancionados”. En mayo de 2004, Bono, que llevaba apenas un mes como ministro de Defensa, viajó a Trabzon (Turquía), donde un año antes se había estrellado el Yak-42, para rendir homenaje a las víctimas.