Por Andrés Ortiz Moyano
18/10/2016
Dos años después de la proclamación del Califato por parte del líder del autodenominado Estado Isámico, Abu Bakr al Bahgdadi, el territorio controlado por la organización terrorista se contrae inexorablemente, azuzado por las ofensivas de los peshmergas kurdos, el ejército iraquí, la coalición internacional, el SAA (Ejército Libre Sirio) y Turquía. La caída de la estratégica Manjib, en territorio sirio, bien podría servir como epítome de la reciente y convulsa actualidad del Daesh. Tras una durísima batalla que ha durado dos meses, los terroristas han acabado claudicando ante el avance descoordinado pero efectivo de sus muchos rivales. Esta misma situación se repite en varias plazas, por lo que sería procedente pensar que los días de la organización están contados. Pero aun asumiendo esta situación, no cabe la menor duda de que será un proceso lento, doloroso y costoso en vidas, ya que los últimos bastiones del Daesh (con la capital en Raqqa y Mosul, a la cabeza), venderán cara su piel.
Por otra parte, la extraordinaria versatilidad de la organización, apoyada por su descomunal maquinaria propagandística y de captación, demuestra que la presencia del grupo se ha extendido mucho más allá de los territorios sirios e iraquíes. En otras palabras, el Estado Islámico trasciende al Califato. Más aún, esa misma versatilidad ha generado distintos niveles de expansión. Por un lado, la del propio Califato troncal en Siria e Irak; por otro, la de sus wilayat (provincias), muchas veces apoyadas en otros grupos terroristas que han jurado fidelidad a Al Baghdadi, como Boko Haram en Nigeria; y, por último, la actividad en otros países a través de células terroristas, lobos solitarios o ‘franquiciados Daesh’, individuos radicalizados en tiempo récord y que matan en su nombre sin pertenecer de facto al mismo (como por ejemplo, los autores de las matanzas de Orlando o Niza).
De ahí la importancia de calibrar convenientemente el alcance del Estado Islámico, pues si bien, como es de esperar, se consuma la próxima caída del Califato (con un evidente impacto positivo, desde luego), las cabezas de la hidra amenazan con seguir activas.
¿Dónde está el Daesh?
Libia, el tercer pilar
En Libia, por ejemplo, otro Estado fallido donde la guerra civil se ha enquistado peligrosamente, la presencia del Daesh no es tan extensiva, pero sí muy activa en el avispero en el que se ha convertido el país. “No vayáis a Siria –se les decía a los voluntarios el año pasado–, id a Libia”. Aunque sus estructuras no pueden compararse a las sirias e iraquíes, los yihadistas, apoyados en ocasiones por los terroristas de Ansar al Sharia, se han hecho particularmente fuertes en Bengasi, Misrata y Sirte, principal bastión y en intenso asedio desde mayo.
En los últimos dos años se ha ido cociendo a fuego lento la impredecible intervención extranjera, ya que cada potencia ha evidenciado defender sus propios intereses. Arabia Saudí y los Emiratos combatieron en 2014 a los terroristas. Después de un aparente silencio, la enérgica presencia de estados occidentales se ha destapado en los últimos meses. EEUU golpea ya con fuerza (eliminó en noviembre al emir Abu Nabil al Anbari, sucedido desde entonces por Abdel Qader al Najdi); Francia opera abiertamente; la aviación británica se apoya en Jordania para alcanzar sus objetivos e Italia ha enviado a sus fuerzas especiales.
La situación libia se muestra particularmente compleja por la enorme probabilidad de contagio a zonas cercanas. Desde Túnez, el más castigado, y Argelia, hasta la proximidad del África Subsahariana, donde Boko Haram podría suponer un posible aliado práctico para los yihadistas.
áfrica subsahariana, boko haram a la cabeza
Y es que el grupo islamista de origen nigeriano se ha erigido como principal amenaza de desestabilización en una zona ya de por sí extraordinariamente convulsa. Durante meses existió cierto coqueteo no definido, pero en marzo de 2015 los africanos juraron pleitesía a la organización de Al Baghdadi. El acuerdo, sin embargo, ha tenido un curioso efecto rebote, pues muchos de sus miembros han desertado y actualmente, el territorio en poder de Boko Haram es menor que hace unos meses.
En cualquier caso se trata de una de las ramas afiliadas al Daesh de mayor peligro, al ser protagonista de multitud de atentados, asesinatos, desplazados (según Naciones Unidas, la cifra alcanza 2,5 millones) y secuestros, como el archiconocido caso de las niñas de Chibok. Tiene, además, un marcado interés en extender sus actividades a otros países como Camerún, Níger y Chad. Al frente de los terroristas se encuentra Abubakar Shekau, por quien EEUU ofrece siete millones de dólares.
El Cáucaso, el polvorín deseado
Uno de los movimientos más preocupantes de los últimos meses ha sido el fortalecimiento de la rama del Daesh del Cáucaso. Su nacimiento está firmemente ligado a las intenciones de extremistas islámicos de establecer oficialmente el hasta ahora fallido Emirato del Cáucaso. Fue a finales de 2014 cuando diversos líderes de este movimiento, desde Daguestán, Ingusetia y Chechenia, proclamaron su lealtad al Califato (se les reconoció oficialmente seis meses después).
Al igual que en otras zonas de influencia, la presencia de la organización terrorista ha sido jaleada por su particular rivalidad con el Emirato Islámico del Cáucaso, grupo afín a Al Qaeda, de cuyos desertores se ha ido beneficiando.
Rustam Asildarov, también conocido como Abu Mohammed al-Qadari o Kadarsky, es el emir designado por al Baghdadi.
Yemen, fuego al fuego
No podía faltar la presencia del Daesh en otro conflicto civil enquistado como es el yemení. Conocida por el Califato como la provincia de San’a, se trata de un grupo de apenas unos centenares de miembros, según los servicios de inteligencia occidentales, pero lo cierto es que han regado la zona con cruentos atentados, especialmente contra los rebeldes hutíes (de creencias chiíes) pero también, según algunas reivindicaciones, contra el ejército saudí.
Al igual que en la rama caucasiana, multitud de desertores de la filial yemení de Al Qaeda forman ahora parte de Daesh en el país.
Sinaí, en busca del faraón yihadista
La convulsa situación política y social que vive Egipto desde el estallido de su particular Primavera Árabe en 2011 ha sido aprovechada por el Estado Islámico para establecer una de sus ramas más activas. En noviembre de 2014, el grupo Ansar Beit al Maqdis juró lealtad al Califato y pasó entonces a ser la provincia del Sinaí. Las estimaciones indican que está formado por varios miles de combatientes, en su mayoría egipcios y beduinos, muchos provenientes de Al Qaeda. El Gobierno de El Cairo, no obstante, asegura fehacientemente que el Daesh no tiene ningún tipo de apoyo popular. Informes occidentales indican, por el contrario, que los terroristas han sido asistidos por la población en ciertos casos.
Jorasán, todos contra todos
Una de las ramas cuyo crecimiento se ve con mayor preocupación es la de la provincia del Jorasán, cuyo tronco crece en el siempre convulso eje Af-Pak, es decir, Afganistán y Pakistán. En enero de 2015, el Daesh anunció la creación de una nueva wilayat conformada por antiguos talibán, el Movimiento Islámico de Uzbekistán y meros voluntarios radicalizados. Se estima en varios miles el grueso de las fuerzas del Estado Islámico.
La situación resulta especialmente caótica ya que son tres los elementos que luchan entre sí: el Gobierno de Kabul, los talibán y la organización terrorista. Las peleas entre ambos grupos son extraordinariamente cruentas, como la reciente lucha por la provincia de Nangarhar. Por otra parte, en enero de este año reivindicó el atentado en Jalalabad contra la embajada paquistaní donde murieron siete policías afganos.
Najd, el hijo en el padre
Aunque sorprendente, por el propio papel de Arabia Saudí en el advenimiento del Daesh, de acuerdo con la propia información de los servicios de inteligencia saudíes, existe una rama del Estado Islámico que opera en pleno corazón del país, concretamente en la central provincia de Najd. Se trata de una rama compuesta por excombatientes de Al Qaeda y otros voluntarios muy jóvenes (según los informes, la media apenas llega a 25 años). El grupo ha reivindicado al menos tres ataques contra mezquitas chiíes en Arabia Saudí y Kuwait, asesinando a 50 personas en total.
Al parecer, y siempre según la versión de Riad, existe cierta preocupación en el Gobierno por una posible radicalización de sus propios ciudadanos quienes verían con malos ojos los tratos comerciales de éste con potencias extranjeras. De ahí que las autoridades hayan detenido a decenas de presuntos miembros en los últimos meses.
Más allá del Califato
Por momentos, como el violento julio que acabamos de vivir, ha parecido que el alcance del Daesh no tiene límites. Realmente se trata de un fenómeno sin precedentes y extraordinariamente complejo, ya que su actividad abarca un amplio abanico de formatos.
En primer lugar, atentados como los de París, Bruselas o Estambul obedecerían a una estructura más bien tradicional, basada en las clásicas células terroristas de corte paramilitar (como funciona Al Qaeda). Por otro lado, la figura de los lobos solitarios, dispuestos a actuar en los países donde viven, se ha considerado uno de los mayores peligros actuales para Occidente. Pero la pirueta comprende un tercer salto mortal al entrar en el juego los franquiciados Daesh, casi imposibles de localizar antes de que cometan sus atentados. Las células del Estado Islámico suelen ser móviles en lo geográfico, pero los otros dos son parte de los mismos países donde habitualmente han incluso nacido.
En cualquier caso, se teme que en los Balcanes, concretamente en Bosnia, se genere el mayor núcleo de radicalización en Europa aparte de la ya experimentada en Francia y Bélgica.
¿Y en España?
La ausencia de atentados en nuestro país no supone, ni por asomo, que no exista una intensa lucha contra el yihadismo. De hecho, debido a la experiencia en antiterrorismo, España es un referente internacional en estos tiempos.
Y es que las fuerzas de seguridad del estado han detenido, desde 2011 hasta mayo de 2016, a un total de 234 personas vinculadas a grupos armados, de las cuales 139 eran yihadistas; una cifra sólo superada por Francia a nivel europeo con el importante detalle de que el número de planes abortados es mayor dentro de nuestras fronteras.
No hay constancia de ninguna célula del Daesh operativa en España, ni aun anunciando la propaganda yihadista en repetidas ocasiones (y en castellano) que Al Andalus es un objetivo innegociable para ellos, pero sí han sido varios los casos de detención de captadores de voluntarios para el Califato.