Por Mirentxu Arroqui
El auge de los partidos extremistas hizo temblar el hemiciclo europeo hace un año. Doce meses después, tanto los partidos euroescépticos como aquellos abiertamente contrarios al proyecto europeo a derecha e izquierda han ganado algunas batallas, pero no la guerra. La fragmentación de intereses y la batalla de egos entre sus líderes ha llevado a que, en algunos casos, la ofensiva anti-europea haya sido demasiado diversa para resultar amenazante. Pero esto podría cambiar a partir de ahora. La líder del Frente Nacional francés, Marine Le Pen, ha conseguido formar un grupo propio en el hemiciclo tras duras negociaciones (hasta ahora estaba en la bancada de los no inscritos).
Con el nombre Europa de las Naciones y las Libertades (ENF, en sus siglas en inglés), el grupo tendrá 36 miembros, de los que 23 proceden de la propia formación de ultraderecha francesa. Se han sumado los eurodiputados del xenófobo PVV holandés, que lidera el islamófobo Geert Wilders; los nacionalistas flamentos de Vlaams Belang; los italianos de ultra derecha de la Liga Norte; los del partido de la libertad PFO austríaco, y los del KNP polaco. Esto supone una victoria personal para la líder francesa y el comienzo de un nuevo grupo en la Eurocámara que le otorga más dinero e influencia.
Por el momento, conseguirá sentar en la mesa de presidentes del Europarlamento a uno de sus representantes y también aumentarán sus fondos. Sólo por formar parte de un grupo propio diferenciado cada uno de los 36 eurodiputados recibirá 30.405 euros al año, lo que supone un total de 1,09 millones de euros. Sin embargo, algunos vaticinan nubarrones en el horizonte.
Para el experto Doru Frantescu del think tank VoteWatch Europe, la posibilidad de más fondos, tiempo de intervención en los debates y mayores oportunidades a la hora de conseguir las ponencias de las comisiones parlamentarias, «supone un gran acicate para mantenerse unidos, pero no será fácil». Ve dos obstáculos importantes: diversidad ideológica y líderes carismático poco proclives a compartir focos y remar en la misma dirección.
“Comparten dos cosas: no creen en la UE y son xénofobos, pero nada más. Los holandeses son más liberales en lo económico y el Frente Nacional más proteccionista”. Por eso, para Frantescu esta entente cordial podría hacerse añicos en un futuro no muy lejano. De hecho, en este primer año de legislatura sólo han votado lo mismo en el 57% de la ocasiones, algo que contrasta con la cohesión entre las familias nacionales de los principales grupos políticos de centro (populares, socialistas y liberales) con un 90% de coincidencia de voto.
La formación de esta nueva familia en la Eurocámara ha sido posible gracias a que Le Pen ha arrebatado al UKIP de Nigel Farage (euroescépticos británicos) a una de sus representantes. Precisamente las luchas encarnizadas entre Le Pen y Farage (que goza de grupo propio gracias a su alianza entre otros, con el italiano Beppe Grillo) muestran hasta qué punto el odio común a la integración europea no es suficiente. Si sumaran sus fuerzas serían la tercera fuerza política del hemiciclo con 81 eurodiputados, por encima de los liberales europeos.
Coalición de centro
Ante el auge de estos partidos, populares, socialistas y liberales han formado de facto una gran coalición a la alemana. La gran primera prueba de fuego llegó con una moción de investidura al entonces recién investido como presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, tras descubrirse una serie de pactos secretos entre Luxemburgo (país del que fue primer ministro durante décadas) y multinacionales para pagar menos impuestos. La izquierda europea entre la que se encuentran partidos políticos como Syriza y Podemos decidieron abstenerse de la votación para no estar en el mismo bando que los eurófobos.
“Son grupos pequeños, sólo tienen algo de influencia cuando los socialistas y populares europeos no consiguen ponerse de acuerdo aunque es cierto que el tamaño de las familias políticas tradicionales también se ha reducido”, explica el experto.
En este último año, la falta de acuerdo se ha producido tres veces: no fue posible una moción del Parlamento Europeo sobre el programa de trabajo de la Comisión Europea, tampoco sobre la estrategia de seguridad energética y por el momento las diferencias entre socialistas y populares han conseguido posponer sine díe la votación sobre el Tratado de Libre Comercio e Inversiones con EEUU (TTIP, por sus siglas en inglés), uno de los grandes retos de esta legislatura.
Esto último ha sido posible gracias a la presión de los grupos verdes y de izquierdas y también a la fractura entre las propias filas socialistas. Los primeros signos de divisiones dentro de la familia política socialista se produjeron tras la luz verde en la Comisión de Comercio Internacional a una resolución que los grupos de izquierda y ecologistas consideraron una traición al considerarla peligrosamente ambigua y con el voto en contra del eurodiputado socialista francés.
La enmienda de la discordia pactada entre populares, conservadores, socialistas y liberales hacía referencia a los arbitrajes de carácter privado ante disputas entre Estados e inversores, en su gran mayoría multinacionales. Para sorpresa de todos y tras el eco mediático, los propios socialistas europeos presentaron otra enmienda de cara a la sesión plenaria del mes de junio que introducía de manera expresa la prohibición de los arbitrajes privados, pero las divisiones ya se habían producido.
Ante la imposibilidad de acuerdo entre populares, socialistas y liberales, el Presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, canceló la votación debido al gran número de enmiendas lo que ha sido saludado con euforia por el resto de los partidos políticos, también por parte de la extrema derecha y los euroescépticos contrarios al Tratado. Se da por supuesto que habrá que esperar al próximo curso político en septiembre para que se produzca la votación.