Por The Economist
De rodillas, una víctima tiene detrás de sí a su verdugo enmascarado, que está preparándose para cortarle la garganta, dispararle en la cabeza o cercenársela con una espada. El Estado Islámico (EI) no inventó esta monstruosa técnica teatral, pero ahora se ha apropiado de ella. El asesinato televisado (con demasiada frecuencia, asesinatos en masa) es la marca registrada para esta rama del yihadismo. Su aparición más reciente fue el 12 de agosto, cuando circularon macabras imágenes mostrando el cadáver de un rehén croata, supuestamente decapitado en Egipto. Semejantes imágenes son terribles, y que nos estemos familiarizando con ellas es aún peor.
El éxito que el EI ha tenido ganando seguidores con semejante mensaje deja perplejos a sus múltiples enemigos. De hecho, el EI no tiene amigos: el desprecio por el grupo es lo único que une a los chiítas y suníes, Arabia Saudita e Irán, Estados Unidos y Rusia, Turquía y el régimen Assad en Siria… Dentro de esta abigarrada coalición existe la creencia cada vez mayor de que la batalla de las ideas y las imágenes puede demostrar ser tan importante como la guerra sobre el territorio. Después de todo, los gobernantes han erradicado con éxito estos grupos terroristas solamente para comprobar que nuevos grupos, a menudo similares o peores, surgen para reemplazarlos.
Tanto es así que prácticamente cada país con mayoría musulmana ha adoptado, en cierta forma, medidas ideológicas contra el EI. Desde presionar a las autoridades religiosas tradicionales para que excomulguen al grupo hasta promover cómics para satirizarlo. Un número creciente de países occidentales, incluyendo Inglaterra y Estados Unidos también se ha unido a la guerra de propaganda. Algunos han contratado escribas de internet para debilitar el mensaje del EI en la red, por ejemplo resaltando sus atrocidades contra los propios musulmanes. Otros han presionado a páginas web para que vigilen su contenido y cierren cuentas asociadas al EI en la medida de lo posible. A pesar del recelo de preferir las batallas al dogma, algunos oficiales occidentales favorecen promover abiertamente el Islam “moderado”.
Las ideas enfrentadas son más difíciles de medir que la guerra activa, y es posible que tales iniciativas hayan disminuido el atractivo del EI. Aun así, también queda claro que el grupo sigue inspirando a muchos. Desde septiembre, la coalición liderada por Estados Unidos que combate contra el grupo ha volado unas 6.000 posiciones y neutralizado, según fuentes del servicio de inteligencia de los Estados Unidos, a unos 15.000 combatientes. Aun así, las estimaciones sobre las fuerzas del grupo crecieron en el mismo período desde alrededor de 20.000 a 30.000 soldados hasta unos 70.000, incluyendo 15.000 a 20.000 extranjeros.
A pesar de algunos reveses territoriales, el EI sigue dominando un área del tamaño de Inglaterra. Han desovado franquicias muy prósperas en seis países más, desde Afganistán hasta Egipto, Nigeria, Túnez y Yemen. Su tamaño y lo que es más importante, sus habilidades para reclutar, ahora empequeñecen a Al Qaeda, un grupo con veinte años más de experiencia en el negocio del terror. El estilo del auto declarado califato, ya sea en indumentaria, discurso o crueldad, es lo que ahora desean los aspirantes a yihadistas en todo el mundo.
Una razón puede ser que desde su declaración de un califato en Irak y Siria el año pasado, el EI se ha destacado de sus predecesores del terror por la calidad de su propaganda. Sus producciones audiovisuales son “la nueva generación” de otros grupos, estiman Cori Dauber y Mark Robinson, expertos en medios de la Universidad de Carolina del Norte. En un estudio reciente, esbozan una serie de técnicas sofisticadas aplicadas por el grupo para aumentar el poder de su táctica, desde el cuidado por escoger colores que contrasten dramáticamente (recordemos los uniformes negros y los monos naranja) hasta el uso de cámaras múltiples, tomas cerradas, ángulos “subjetivos” y sonidos íntimos para crear un efecto de testigo ocular.
Además de sobresalir en habilidades de producción, el grupo ha tenido éxito llegando a las audiencias. Alberto Fernández, quien tenía a su cargo la unidad de comunicaciones antiterroristas del Departamento de Estado antes de unirse recientemente al Instituto de Investigaciones de Medios de Comunicación en el Oriente Medio (MEMRI en inglés), cree que los simpatizantes del EI administran más de 50.000 cuentas de Twitter. Muchas de estas cuentas están diseminadas en el Oriente Medio. Esto quiere decir que cada mensaje puede ser magnificado rápidamente. Un estudio sobre los resultados de una semana de propaganda del EI, efectuado por Aaron Zelin del Instituto Washington de Estudios para Oriente Próximo, encontró 123 comunicados de prensa en seis idiomas, de los cuales 24 eran vídeos. La brutal carga que muchos contienen está calculada para impactar y captar la atención de los medios convencionales.
Aun así, la violencia quizá no es el mensaje visual más potente del EI. En un análisis detallado de su propaganda, Charlie Winter de la Fundación Quilliam, un grupo de estudios, identifica una serie de temas que incluyen la piedad, el victimismo, la pertenencia y la utopía, además de la guerra y las matanzas. Más que el cercenamiento de cabezas, lo que inspira son los sueños de hermandad suní y gloria musulmana revivida, según Winter.
Mientras que el discurso yihadista de antaño siempre se trataba de “resistencia” a enemigos imaginarios, el EI propone lo que Winter llama “la propaganda del ganador”. Aprovechando las trilladas querellas del islam político, el grupo no sólo habla de crear un califato sino que realmente lo crea (en cierto modo). No habla solamente de erradicar las fronteras coloniales sino que también arrasa con ellas físicamente. Y no aspira solamente a reintroducir “la Sharia en su totalidad”, sino que también impone la versión no revisada más cruda y más cruel de la ley islámica que se haya visto en siglos o quizá desde el origen de los tiempos.
En la investigación de Zelin sobre los resultados de una semana de propaganda, más de un tercio de los mensajes del EI no hablaban de la guerra. En cambio, se exaltaba el califato y las virtudes islámicas mostrando hospitales inaugurándose, colegiales sonrientes y ciudadanos ansiosos jurando lealtad al califa. Charles Lister, estudioso de Brookings, otro grupo de estudios, sugiere que imágenes tan positivas explican la resistencia del EI: “Tanto en Siria como en Irak, el EI se presenta como un ejército y también como un “estado” alternativo para reemplazar y defenderse de sistemas políticos fallidos o represivos, vistos como opresivos para los musulmanes suníes”. Este enfoque ha permitido al EI echar raíces que podrían ayudarlo a sobrevivir por un largo tiempo, explica.
En el contexto de estados colapsados, el EI funciona como mafia o pandilla callejera, un cruel pero necesario árbitro con su código de honor propio. Don Winslow, autor de un libro sobre los carteles de droga mexicanos, denomina esta similar mezcla de extrema violencia con extravagantes actos de civismo como “terror-comunicación”. Habiendo acosado al estado mexicano para responder con una brutalidad igual a la suya propia, explica “los carteles podrían cooperar con la comunidad construyendo clínicas, iglesias y parques, efectuando festivales para los niños y celebraciones del día de las madres en los que entregarían a cada mujer una lavadora o un refrigerador”.
El contexto de pandillaje dentro del cual opera el EI, ya sea en Irak, Siria, la península egipcia del Sinaí o Sirte en Libia, donde el grupo ha acumulado territorio, es parcialmente lo que explica la inmunidad a la persuasión de sus seguidores. Figuras islámicas religiosas tradicionales e inclusive predicadores yihadistas que no son vistos como suficientemente radicales tienen nula autoridad frente a un grupo que cree que los musulmanes se han apartado del camino de la verdad.
“El EI es producto de la democratización del conocimiento y la información”, afirma Fernández, de MEMRI. “Su argumento religioso proviene de seres sin ninguna credencial excepto la de combatir, estando en el terreno y en la acción”.
Todo esto implica que la manera más efectiva de combatir la propaganda del EI no es con más propaganda, sino neutralizándola. “La clave para derrotar al EI es resolver las fallas políticas y sociales en Irak y Siria”, afirma Lister. Sin embargo, falta mucho para volver a unir estados que han sido despedazados o que están fracasando. Mientras tanto, combatir contra el grupo puede ser la mejor opción. “El EI es un pez globo”, explica Fernández; “se infla para parecer más grandes de lo que es”. Nada sería más devastador para su propaganda que una sonora derrota militar”.