Por CAMBIO16 / Fotografía: LURDES R. BASOLÍ
Este lunes el Ministerio de Empleo ha dado a canocer los datos de marzo, mes en el que el número de desempleados disminuyó en 60.214 personas, hasta contabilizar un total de 4.451.939, lo que representa el mayor descenso en un tercer mes del año desde 2002.
En Cambio16 emprendimos hace un mes la búsqueda del pueblo de más de 10.000 habitantes con menos parados de España. Guiados por datos de población activa, número de afiliados a la Seguridad Social y porcentajes de desempleo de esa fecha, la búsqueda finalizó en Oñati, una localidad de Gipuzkoa envuelta en un gran tejido industrial de cooperativas y empresas privadas que mantienen línea directa con la universidad.
Los números: 11.282 habitantes y 450 desempleados (una tasa de paro del 8,5%). Desde fuera, un oasis en medio del desierto español (23,4%); desde dentro, un estanque que desespera a muchos.
En pleno corazón de Euskadi y rodeado de colinas, Oñati da la bienvenida con sus industrias a pleno rendimiento y enmarcado en un paisaje que roza la perfección. La calidad de vida es más que palpable en sus calles y gentes, algo más alteradas y desconfiadas de lo habitual debido al seísmo causado por la fuga del expreso de ETA Alberto Plazaola, natural del pueblo.
No se tarda en descubrir que las cifras milagrosas no lo son tanto para ellos. Molestan los anuncios de brotes verdes y sorprenden las insinuaciones de fórmulas mágicas. De la mano de Jesús Mari Ugarte, técnico de empleo del Ayuntamiento, gobernado por Bildu, profundizamos en la realidad de la localidad.
“Es cierto que desahucios no se sienten en la calle, tampoco situaciones límite; pero también lo es que la tasa de paro se ha duplicado con respecto a 2008”. Mientras extiende sobre la mesa de su despacho un montón de papeles con datos y estadísticas de desempleo, continúa detallando la situación: “Antes de que comenzara la crisis, el paro no llegaba a un 4%; ahora, llevamos unos años que ni sube ni baja, estamos estancados en torno al 8%”. Aunque se muestra preocupado, es consciente de que están regateando los efectos más devastadores, algo que poco o nada tiene que ver con el azar. Los cimientos forjados décadas atrás con la innovación y la educación como estandartes dan sus frutos. “El conjunto de cooperativas proporciona empleo al 50% de los trabajadores y eso se nota. A lo que hay que sumar el resto de empresas y la existencia de una universidad en el pueblo, cuya formación está muy dirigida a este mercado laboral”, explica.
Las estadísticas revelan que la mayoría de la población sin trabajo tiene un nivel formativo bajo. Es a ellos a quien se está dedicando más esfuerzo, junto a las personas que se encuentran en una situación de exclusión social. A través de cursos específicos, intentan formar perfiles a medida de las empresas que se encuentran en la comarca del Alto Deba.
Javier Zuloaga es una de las 450 personas que engrosan las listas del paro del pueblo. Tiene 50 años y lleva 6 meses sin empleo. No entiende qué está pasando. “Siempre me he movido de cooperativa en cooperativa, de empresa en empresa. He trabajado en la industria, la construcción, el monte… ¡No he dicho que no a nada!”, exclama. Casado y con dos hijos de 14 años, explica cómo antes “dejaba un empleo un viernes y el lunes ya me estaban llamando de otro”. En su currículum figura la EGB, algún curso de formación y experiencia, mucha experiencia. Pero parece no ser suficiente. Javier asegura que su edad no le pesa, “le pesa a las empresas”.
Reconoce que no es tanto una razón de desesperación económica (su mujer trabaja) como un tema de dignidad personal y de mirada al futuro. “Creo que soy el único de mi cuadrilla en esta situación y espero que esto termine pronto”.
Cuenta cómo lo ocurrido con Fagor Electrodomésticos ha roto con las aspiraciones de muchos eventuales de la comarca. “Los trabajos en los que me movía yo, y otros muchos como yo, son donde ahora recolocan a los que salieron de Fagor”. Con 26 años cotizados, su mente no deja de buscar la salida y baraja la posibilidad de convertirse en emprendedor. Para ello contaría con una ayuda del consistorio de 1.000 euros (a través del Centro de Iniciativas Empresariales ‘Olaburu’ se han invertido 600.000 en el periodo 2008-2014).
Añorados años 60
Para entender las raíces del sistema que abastece a la localidad de Oñati hay que remontarse a la década de los 60: a los primeros Seat 600, a las primeras televisiones producidas en España… Años de transformación bajo la banda sonora de los Beatles.
Era en esos años cuando las fábricas de chocolate marcaban gran parte del ritmo laboral -actualmente sólo sigue Zahor bajo el nombre de Natra-Oñati, tras ser adquirida por el grupo valenciano del mismo nombre-. Las más requeridas, las mujeres. “Había épocas en las que no se conseguían niñeras porque todas las mujeres iban a trabajar a estas fábricas, sobre todo en la campaña de Navidad”, relatan los vecinos.
El chocolate está en la cultura del municipio desde el siglo XVIII y ha sido el sustento para familias enteras durante décadas. Una de esas familias es la de Antón Azpiazu (59 años). “Entré el 30 de julio de 1970, tenía 15 años y he pasado por muchos departamentos”. Cuenta que durante una temporada enseñaba a los niños la fábrica y que poco a poco sintió la necesidad de saber más. “Iba a la biblioteca, recopilaba información, me dieron permiso para indagar en los archivos…”. En su caso queda más que probado que el chocolate es adictivo, tanto, que acabó dejando el trabajo para montar un museo en honor a este producto. No obstante, confiesa que “ha sido muy triste ver cómo iban cerrando fábricas y, sobre todo, asimilar que Zahor perdiera su nombre”. Su mujer y su hijo siguen trabajando allí.
Los del chocolate eran otros tiempos. Aquellos en los que un grupo de amigos decide mirarse en el espejo de la vecina Mondragón y seguir los pasos dados por el sacerdote José María Arizmendiarrieta (precursor del cooperativismo en la zona). Un héroe para la gente de la comarca, “al que ahora quieren hacer santo”, cuentan orgullosos varios ‘txantxikus’ (ranas), como se conoce a los oriundos de Oñati. Corría 1957 y seis jóvenes mecánicos, protagonistas de los primeros escarceos huelguistas en el Franquismo, se aventuraban a reparar maquinaria por su cuenta; tiempo después, se lanzaron a construir máquinas para envolver chocolate (aconsejados por el presidente de Zahor); hoy, su iniciativa da trabajo a cerca de 3.700 personas. Estamos ante el germen del cooperativismo en Oñati, el Grupo ULMA.
Cuarenta años dentro de este grupo estuvo José Antonio, jubilado ya. “Entrar en el 70 en una cooperativa era entrar en una familia”, describe el socio número 273 de ULMA. Recuerda cómo “empezamos en un tallercito pequeño, hacíamos máquinas y andamios”, ahora es un gigante y “entre tanta gente el espíritu cooperativo se diluye un poquito”. Señala que en aquellos tiempos “entrabas con más conciencia, te formaban más sobre los valores sociales”.
José Antonio reconoce que lo sucedido en Fagor ha hecho daño a la imagen de las cooperativas, pero incide en que “allí se han hecho mal las cosas, como en muchos sitios. Se ha gestionado fatal, pero eso no quita valor al sistema de cooperativas. Este sistema funciona”.
De forma paralela al crecimiento de las cooperativas, empresas como Hijos de Juan de Garay mandaban autobuses en busca de mano de obra. Uno de los destinos: Salamanca. De ahí llegó Ana, de Macotera más concretamente. Una jovencita de 15 años que intentaba ayudar a su familia para salir de la crisis. “Primero vino mi hermana y luego, en otra tanda, llegué yo. Nos pagaban 2.500 pesetas allá por 1963 y además nos proporcionaban la casa”. Muy buenas condiciones para la época.
Nos pone en situación, “ahora parece muy fácil, que está ahí. Pero entonces, irte de Salamanca a Oñati parecía viajar al fin del mundo”. En ese momento se produce en el pueblo un gran aumento población, debido a la enorme demanda de mano de obra. Casada y con dos hijos, recuerda como revolucionaron el pueblo cuando llegaron: “Imagínate, éramos unas 40 mujeres con nuestras falditas y cargadas de energía”. Lleva 52 años en Oñati.
Educación e innovación
Es innegable la responsabilidad del entramado de empresas y cooperativas en la evolución y el nivel de vida alcanzado en la localidad. Pero mucho tiene que decir la educación en todo esto. Fue en 1551 cuando la Universidad Sancti Spiritus, la primera del País Vasco, arrancaba motores. Actualmente, acoge el Archivo Histórico de Protocolos de Gipuzkoa, el Instituto Internacional de Sociología Jurídica y el Instituto Vasco de Administración. Su relevo lo cogió Mondragón Unibersitatea (MU), también en Oñati, desde donde se ha cambiado la forma de enfrentarse a las carreras que imparten.
Empresariales y Liderazgo Emprendedor e Innovación (LEI) son sus grados. La clave es la comunicación constante con las empresas de la comarca. Su objetivo: formar perfiles que respondan a las necesidades que éstas solicitan. Uno de los ejemplos más recientes se efectúa en el área de Empresariales. Desde hace un año, hay alumnos que “tienen una formación dual”. Es decir, “están media jornada en la facultad y la otra media en una empresa”, explica Ugarte. No obstante, la innovación más llamativa llega de la mano del grado en LEI. Nada de exámenes, ni trabajos. “Desde la primera semana, los alumnos tienen que crear una empresa y conseguir beneficios con ella”, cuenta el vicerrector de la universidad, Mikel Mesonero. Durante los cuatro años que dura la carrera viajan a Finlandia, San Francisco, India, China… Y en todos estos lugares tienen que poner en marcha sus negocios. ¿La calificación? Si hay beneficios apruebas, si no, suspendes.
Jon Montiel, alumno de 4º, se sonríe al recordar su primer año. “Al mes de comenzar estábamos en Finlandia. No sabíamos qué hacer y se nos ocurrió vender tortillas de patata”. Él, al igual que la inmensa mayoría de sus compañeros, valora mucho este sistema. “Dime quién con 21 años ha puesto en marcha una empresa, ha tratado con clientes, ha tenido que buscarse la vida en países con realidades completamente diferentes”. Los resultados no defraudan. “Según un estudio de la universidad, el 87% de sus alumnos tienen trabajo tres años después de finalizar los estudios”, explica el vicerrector.
La clave es saber adaptarse a la crisis e innovar. Mikel Mesonero asegura que ahora se está incidiendo mucho en la necesidad de tener que trabajar unos años fuera, algo no tan evidente como desde fuera puede parecer. Hay que poner sobre la mesa que “aquí los jóvenes, casi en su mayoría, se quieren quedar. Existe un sentimiento de arraigo al pueblo muy fuerte. Ellos crecen aquí, estudian aquí y trabajan aquí. Lo han visto en sus padres y es algo que no quieren cambiar”. Coincide en esta reflexión Jesús Mari Ugarte, quien no niega que ya existe algún caso de jóvenes que han tenido que salir, “pero son excepciones y casi siempre con la mirada puesta en volver”.
Esta situación viene amparada también por la gran calidad de vida que ha existido hasta el momento en el pueblo. “Los jóvenes con 25 años ya tenían un buen coche, estaban hipotecados y eran casi inexistentes los quebraderos de cabeza económicos”, analiza una chica del lugar, quien a su vez, critica que esta situación de confort puede llegar a “paralizar”.
No es el caso de Aran, Anne, Rebeca y Ariane que, aunque en el pueblo, su filosofía de vida y amor por la tierra las ha llevado a romper con el modelo habitual -la industria- y emprender en la agricultura. Entre los 21 y los 27 años y llegadas de la universidad de Donosti, lo tienen claro: “Trabajar en la huerta de Oñati es una oportunidad”. Con la mirada en el cielo, plantan verduras y tienen un grupo de consumo donde las venden. “Es muy duro, tenemos las inseguridades de los inicios, pero confiamos en salir adelante”.
Salir adelante, ése es el objetivo. Volver a esa tasa nula de paro que durante años les ha acompañado. Educación, innovación constante, trabajo, mucho trabajo y gran tejido industrial. Los habitantes de Oñati no creerán en fórmulas mágicas, pero parecen estar muy cerca de ellas.