Por Adolfo Ochoa Moyano
Juego de tronos produce hambre y no se trata de un apetito sano sino de un hambre descarnada, pecaminosa, como una inconcebible necesidad de tragar carne humana. Porque la serie de HBO nunca se ofrece como un plato ligero que va bien con una copa de vino. No, es un show salvaje, que juega con reglas propias y que no parece dejar nada por fuera, por escandaloso que pueda parecer para un coctel: incesto, sacrificios humanos a dioses nuevos y antiguos, violencia sexual, ¿qué es demasiado para Juego de tronos? Parece que casi nada y eso da hambre, siempre dan ganas de más.
La urgencia de los fanáticos (que ya suman siete millones por capítulo solo en Estados Unidos) es tal, que ver una niña quemada viva en una hoguera o violar a una chica virgen frente a horrorizados testigos es tan común como si estuviera en las noticias. Al final parece que Juego de tronos es un reflejo muy nítido de la realidad y que por eso la vemos con esa misma curiosidad morbosa que impide que quitemos los ojos de un accidente.
El gran truco bajo la manga del show parece ser justo eso: se sabe desde el arranque que no habrá final feliz. Nadie, héroe o villano, saldrá triunfador porque en el mundo de Poniente la realidad es demasiado real, como si la viéramos en el informativo.
Ahora que la quinta temporada llegó a su final queda claro una vez más que el invierno llegó, como han venido advirtiendo desde el episodio uno. Cinco años han pasado desde su estreno y durante ese tiempo el hambre caníbal de los espectadores ha sido saciada con bastante efectividad con las decapitaciones de señores honorables cuando luchan con demasiada fiereza por la justicia o con la sangre fría con la que se le corta la garganta a un revolucionario.
Pero cada vez la vara parece ponerse demasiado arriba, cada vez hay que llevar al público acostumbrado a la sangre a otro nivel de choque que los impacte más, que sacie el hambre.
Este final de temporada es el punto más álgido, el clímax anhelado: no solamente al menos seis personajes principales dijeron adiós, sino que el tiempo de la adaptación llegó a su anticipado final.
Juego de tronos es la visión de David Benioff y D. B. Weiss para la pequeña pantalla. Ellos traducen de los libros de George RR Martin, pero la convivencia de ambas versiones en terreno conocido se acabó ya que después de la emisión del último episodio, el programa de tv ya usó todo el material disponible en los libros de Martin.
Claro, esto no es noticia, ya la quinta entrega de la saga épica de Martin vio la luz en 2010, y dada la harta conocida costumbre de dejar varios años entre libro y libro (el primero fue publicado en 1990 y a mitad del 2015 el sexto aún no está terminado) era de esperar que la serie tuviera que empezar a navegar aguas desconocidas y ese día llegó junto al invierno.
Por ahora el hambre ha sido saciada. La quinta temporada cumplió su cometido: se alejó bastante de los libros y dejó claro que los productores no temen pasar de darle una orientación original a la historia a, por ejemplo, pasar por la espada a personajes que están vivos en los libros y al dejar las cámaras rodando en momentos terribles como una violación.
Entonces, ¿hacia dónde ir desde aquí? Sin duda, esta es la etapa más interesante desde que los televidentes conocimos de las peleas por el poder entre las familias Stark, Baratheon, Lannister, Martell, Targeryan y Tyrell.
Y todo porque las opciones están abiertas. El más reciente golpe llegó con la muerte de uno de los personajes más queridos, lo que tumba por tierra (una vez más) la esperanza de un futuro prometedor para alguno de los personajes de esta historia.
Para la sexta temporada lo único que parece claro es que correrá más sangre. Y no existe una sola posibilidad de que alguien pueda sonreír al final de esto. Esta no es la clase de televisión que nos ayuda a olvidar el día pesado en la oficina o los impuestos que se cierran como cuerdas en los cuellos.
Esta es la clase de televisión que es como la vida misma: injusta, cruel. Y quienes pagan el precio no son los malvados que engominan sus bigotes mientras usan sombreros de copa y ríen siniestros; aquí quienes pagan el precio son los inocentes que, igual que si se tratara de un drama de Shakespeare, cometieron un error imperdonable: nacieron en este mundo.
Juego de Tronos se levanta entonces, ahora que llegó a su fin, como una de las series más innovadoras e impactantes de la historia reciente al ser cruel con quienes no lo merecen, premiar a los asesinos, corruptos y a los dementes sedientos de poder, capaces de traicionar a todos los que aman por la gloria.
Esta es la serie que da hambre porque, parece, los finales felices no saben a jugoso bistec.