Por Iñigo Aduriz
ACTUALIZADO 30/09/2016
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La guerra total ha llegado al PSOE tras meses, y años, de una batalla más o menos en la sombra que ha ido minando, día a día, la confianza, la capacidad de trabajo y la amistad de todos y cada uno de los miembros del centenario partido que ha gobernado España durante veinte años. Ya no hay vuelta atrás. El paso dado este miércoles por los miembros del sector crítico de la Ejecutiva de Pedro Sánchez presentando su dimisión y la reacción de Ferraz, que sigue creyendo tener todos los poderes para continuar llevando las riendas de la formación, ha dividido el partido en dos y ha provocado situaciones históricas e impensables, hace tan sólo unos meses.
Por ejemplo, que el secretario de Organización, César Luena, impidiera al ya exsecretario de Política Federal y uno de los dimisionistas, Antonio Prada, acceder a su despacho a recoger sus efectos personales. O que este jueves se celebraran dos reuniones en Ferraz –la de la Ejecutiva del partido, controlada por Sánchez, y la de la Comisión de Garantías, auspiciada por los críticos– sin que ninguna de las dos contara con el reconocimiento y la legitimidad a juicio de la otra parte.
Entre las razones del cisma se cita una principal: las diferencias que han mantenido unos y otros en las últimas semanas respecto a la gobernabilidad del país. Sánchez estaba dispuesto a encabezar un Gobierno alternativo llegando a acuerdos con Podemos, Ciudadanos e incluso con los partidos nacionalistas e independentistas, mientras los críticos –entre los que se encuentran los barones con más peso orgánico y apoyo en las urnas, con la andaluza Susana Díaz a la cabeza– optaban, en cambio, por facilitar la renovación en el Gobierno de Mariano Rajoy para poder construir, en los próximos meses, un PSOE que pueda volver a constituirse en alternativa y gane futuras elecciones.
Pero la división no es cosa de ayer. Son varias las razones que han llevado al PSOE a esta situación:
- La falta de credibilidad y el desapego de la izquierda.
Tal y como explica Javier Paniagua en su libro El socialismo. De la socialdemocracia al PSOE y viceversa (Cátedra, 2016), «el PSOE que representa la socialdemocracia clásica española, con sus cambios de estrategia a lo largo de la historia, sus ganancias o pérdidas de apoyo electoral, sus programas a veces revolucionarios, a veces reformistas, sus propuestas unitarias o federalistas sin concretar, ha estado marcado por una cierta ambigüedad que le ha servido para adaptarse a situaciones diversas».
Normalmente esos cambios de pareceres le han permitido, a lo largo de la historia, sobrevivir y reinventarse. Pero no ha sido así tras el estallido de la crisis económica de 2008. Cuando sucedió gobernaba el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero, que tras haber impulsado numerosas políticas de izquierdas, sobre todo en materia social, dio un giro radical a su estrategia económica forzado, dijo, por la situación y las instituciones internacionales. Aprobó el mayor recorte del gasto social hasta el momento, rebajando por primera vez en la historia los sueldos de los funcionarios o congelando las pensiones.
Además, llegó a otro acuerdo in extremis y sin precedentes con el PP, su eterno rival, para modificar la Constitución de la noche a la mañana e impulsar la polémica reforma del artículo 135 que impuso como prioridad absoluta, incluso por encima de los derechos sociales, el cumplimiento del déficit y del límite de deuda impuesto por Bruselas.
Ambas iniciativas han sido interpretadas desde entonces como la ruptura del PSOE no sólo con la izquierda sino con los intereses de las clases trabajadoras, una idea que ha sido explotada desde entonces tanto por los movimientos sociales, desde formaciones de nueva creación como Podemos y también por una gran parte de la militancia socialista, que no deja de disminuir y de envejecer desde entonces.
Nada han ayudado a ese intento manifiesto de las sucesivas direcciones socialistas –primero con Rubalcaba a la cabeza y luego con Pedro Sánchez– por volver a identificarse con la izquierda, que en sus prioridades a la hora de acordar haya estado Ciudadanos, primero en Andalucía y luego después del 20D, con el pacto de gobernabilidad alcanzado entre el líder socialista y Albert Rivera.
Todas estas cuestiones han dividido el voto de la izquierda como nunca antes y han puesto en cuestión la posición hegemónica lograda por el PSOE en 1977. Entonces, los socialistas dieron el sorpasso al PCE, que se había mantenido como símbolo y líder indiscutible de la izquierda en la clandestinidad durante el franquismo. La irrupción de Podemos y sus triunfos electorales han hundido a los socialistas comicio tras comicio, propiciando la crisis interna que hoy sangra el partido.
- Cataluña y la cuestión territorial.
La apuesta por el Estatut de Cataluña gestionado por la Generalitat que encabezó un socialista, Pasquall Maragall, y el respaldo que obtuvo por parte del Gobierno Zapatero originó las primeras disensiones en materia territorial en un partido que había apostado claramente por la construcción del Estado de las autonomías pero que no había entrado hasta entonces en el debate sobre el término nación, al margen del reconocimiento de la pluralidad y las nacionalidades del país que se plasmó en la Constitución de 1978. Las federaciones más centralistas, con Extremadura y Andalucía a la cabeza, nunca vieron con buenos ojos ese preámbulo del Estatut que luego fue anulado por el Constitucional.
El estallido soberanista que se produjo posteriormente y la configuración prácticamente dicotómica de la sociedad catalana entre independentistas y españolistas situó al PSC, el partido hermano del PSOE en Cataluña, en una situación complicada. Su apuesta por el catalanismo –que no por el nacionalismo– ha resultado ambigua para el electorado fuertemente dividido, porque no realiza un posicionamiento claro por la independencia o el derecho a decidir, como sí lo han hecho ICV o Podemos, pero tampoco reivindica con claridad la supuesta españolidad de Cataluña, al menos en la misma medida que el PP y Ciudadanos.
Esa es una de las razones que ha hecho que el PSC haya ido perdiendo apoyo electoral elección tras elección. La de los socialistas ha sido tradicionalmente la fuerza más respaldada en casi todas las elecciones generales y sus escaños han sido siempre claves en la fuerza que el Grupo Socialista ha tenido históricamente en el Parlamento estatal. Pero tanto el 20D como el 26J ha sido En Comú Podem –coalición en la que se integra Podemos– la candidatura más respaldada en la comunidad, seguida de las fuerzas nacionalistas y relegando al PSC a un humillante cuarto puesto.
La posición de los socialistas catalanes respecto al derecho a decidir y al reconocimiento nacional ha constituido uno de los principales puntos de fricción entre barones, hasta el punto de que se ha llegado a plantear la posibilidad de fundar un PSOE en Cataluña, dejando de lado décadas de hermanamiento con el PSC. La división actual entre los seguidores de Sánchez y los de Susana Díaz también responde a esa lógica. Los primeros son más proclives a hablar con el nacionalismo como ha ocurrido históricamente en el partido, mientras los segundos abogan por la ruptura total de las negociaciones con estas formaciones políticas.
- Las luchas internas por el poder
Los frentes y las divisiones internas han sido una constante en el partido. Las batallas entre felipistas y guerristas, almunistas y borrelistas o chaconistas y rubalcabistas han marcado la historia más reciente del que sigue siendo el principal partido de la oposición. Pero lo sucedido en los dos últimos año nunca había sucedido tan rápido y con un desgaste interno semejante.
Hace tan sólo cuatro, en 2012, el partido celebraba un Congreso para elegir al sucesor de José Luis Rodríguez Zapatero en la Secretaría General del PSOE tras encajar uno de sus golpes más importantes en las elecciones de 2011. Alfredo Pérez Rubalcaba ganó la guerra a Chacón por la mínima. Pero la unidad interna a la que siempre se apela tras una guerra fratricida como la que suponen los congresos del PSOE, nunca llegó.
Es más, la Ejecutiva entrante se preocupó por liquidar y desautorizar a los sectores más cercanos a la exministra de Defensa, dando pie a un nuevo enfrentamiento Madrid-Sevilla que mantuvo en vilo a Ferraz durante los dos años que duró el mandato de Rubalcaba. Desde entonces fueron permanentes las apelaciones a la democracia interna y el debate se centró en primarias abiertas sí o no.
Se celebraron primarias limitadas a la militancia en el caso de la elección del secretario general, que se tradujeron en la votación que, en julio de 2014, enfrentó a Pedro Sánchez, Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias, y que ganó el primero. Pero si venció fue gracias a un nuevo movimiento interno más propio de los partidos que optan por el dedazo que por la democracia interna. Susana Díaz y su equipo no vieron con buenos ojos que Madina apostara por la premisa «un militante un voto» para la elección del nuevo líder del partido y decidió respaldar a Sánchez. Los afiliados andaluces y los de las federaciones afines –que son las que tienen más militantes– apoyaron al madrileño y fue él quien ganó el proceso.
Sin embargo, siempre ha sido un liderazgo condicionado por el PSOE andaluz. Tanto, que en cuanto Sánchez decidió cuestionar, hacer caso omiso o discrepar en algunas de las directrices o ideas que se planteaban por parte de Susana Díaz, el enfrentamiento fue irreversible. La guerra fría se ha prolongado durante más de un año, ya que hasta esta semana las declaraciones y las críticas siempre han sido veladas, a través de los medios de comunicación o de mandos intermedios. Pero que la presidenta andaluza dejara claro que no estaba dispuesta a defender que los socialistas encabezaran un Ejecutivo con 85 diputados y el empeño de Sánchez por llevarlo a cabo ha terminado haciendo saltar por los aires al partido.