Por Jaime Ortega Carrascal | Efe
08/10/2016
Una semana macondiana, digna del realismo mágico del nobel Gabriel García Márquez, vive Colombia que ha pasado en pocos días de la ilusión por el acuerdo con las FARC a la decepción por la derrota en el plebiscito y al entusiasmo por el Premio Nobel de Paz para el presidente Juan Manuel Santos.
Lo que era el peor fracaso de su carrera política acabó convertido para Santos en un triunfo histórico cuando el Comité Nobel de Noruega le reconoció sus «decididos esfuerzos» por acabar con el conflicto armado y por impulsar un diálogo nacional para no dejar morir el acuerdo con las FARC firmado el pasado 26 de septiembre y rechazado el pasado domingo en el plebiscito.
Se creyó entonces en Colombia que con la derrota en el plebiscito se escapaba no solo la esperanza de paz del país sino también la posibilidad del nobel, sueño al que algunos críticos atribuían la decidida apuesta de Santos por el acuerdo con las FARC.
Pero como ha sucedido otras veces, el Comité Noruego optó en esta ocasión por dar un impulso a un proceso de paz que se tambaleaba en Colombia y no esperar a su consolidación para reconocer el esfuerzo de Santos.
Así ocurrió en 1991 con Aung San Suu Kyi, cuyo Premio Nobel mostró al mundo su lucha por la democracia y los derechos humanos en Birmania, que tardó años en fructificar, o en 1996 con los hasta entonces desconocidos José Ramos Horta y Carlos Ximenes Belo, que al ganar el Nobel obtuvieron apoyo internacional para la independencia de Timor Oriental, hasta entonces una colonia de Indonesia.
El Premio Nobel, inesperado para los colombianos a la luz de los acontecimientos de los últimos días, pone de manifiesto la necesidad imperiosa de rescatar un proceso que después de estar prácticamente consumado empezó a hacer agua por decisión popular en un plebiscito convocado por el propio presidente, que creyó que el pueblo le respaldaría ciegamente.
Es así como la historia de la paz de Colombia y el premio a su presidente toman ribetes macondianos que los lectores de la obra del primer nobel del país, Gabriel García Márquez, ganador del de Literatura en 1982, se han encargado de recordar en las redes sociales citando un fragmento de Cien años de soledad que parece que hubiera sido escrito por Gabo pensando en este 7 de octubre.
«Era como si Dios hubiera resuelto poner a prueba toda capacidad de asombro, y mantuviera a los habitantes de Macondo en un permanente vaivén entre el alborozo y el desencanto, la duda y la revelación, hasta el extremo de que ya nadie podía saber a ciencia cierta dónde estaban los límites de la realidad», dice el fragmento que se ha vuelto viral.
En la mezcla de ficción y realidad en la que parece moverse por momentos la política nacional, los colombianos asistieron en los últimos días a escenas que antes del plebiscito eran impensables.
Vieron, por ejemplo, al expresidente Álvaro Uribe, senador del partido Centro Democrático y líder de la oposición a Santos, regresar a la Casa de Nariño, sede del Gobierno, donde no ponía los pies desde 2010 cuando traspasó el cargo al actual jefe de Estado, de quien luego se distanciaría justamente por emprender la negociación con las FARC.
Santos y Uribe se dieron la mano en el inicio de la búsqueda de un acuerdo nacional convocado por el presidente para encontrar consensos en torno a los puntos polémicos del acuerdo con las FARC y evitar que el anhelo del país y el acuerdo forjado en cuatro años de negociaciones en Cuba se pierdan en «pantanos desmesurados» de la política, como los que estaban detrás de la sierra de Macondo.
También vieron una «marcha del silencio», de universitarios que recorrieron de noche las calles de varias ciudades de Colombia para pedir que se preserve el acuerdo de paz, alumbrados por antorchas y velas, como lo hiciera en febrero de 1948, dos meses antes de su asesinato, el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, crimen que está en la génesis del conflicto armado con las FARC.
Con el Nobel a Santos, el proceso con las FARC probablemente recibirá el impulso que necesitaba pero como la realidad a veces supera la ficción, habrá que esperar si el país es capaz de pasar de la guerra a la paz o si como «las estirpes condenadas a cien años de soledad», deja escapar esta oportunidad.