Entrevista a José Coronado | Por Iñigo Aduriz (San Sebastián)
18/09/2016
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Tras su laureado papel del policía corrupto Santos Trinidad en la premiada No habrá paz para los malvados, José Coronado (Madrid, 1957) vuelve a sumergirse en las cloacas del Estado en El hombre de las mil caras, la película que rememora uno de los episodios más turbios de la historia española, el del caso Roldán, a través de uno de los personajes más oscuros, Francisco Paesa, el espía que colaboró con el Gobierno e incluso con ETA y que, una vez arruinado y defenestrado, recibió el encargo del exdirector general de la Guardia Civil, Luis Roldán, para que preparara su huída. Coronado interpreta el papel de Jesús Camoes, el eterno compinche de Paesa inspirado en la figura del piloto Jesús Guimerá, que ayuda al espía en sus turbios negociados hasta que sufre, él también, su traición. La película llega el viernes a los cines pero ya se ha podido ver en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián que esta semana celebra su 64 edición.
¿Usted conocía a Francisco Paesa antes de conocer la película?
Claro, ya vamos teniendo una edad.
¿Qué es lo que más le fascina del personaje?
La impunidad con la que se movía o las barbaridades que podía hacer a nivel mundial. Y la constatación de que el tío era un zorro que sabía salirse de todas. 40 años después sigue ahí, haciendo una entrevista justo antes de empezar la película. Como riéndose del mundo, como cuando publicó su muerte y contrató misas gregorianas. Le quieres buscar y no lo encuentras, pero cuando hay algo que le interesa aparece. Además, los españoles siempre hemos sido muy quijotescos y muy paletos en ese sentido y al tramposo, al embaucador siempre lo hemos admirado. Ahora eso está cambiando gracias a dios.
De las mil caras de Paesa, ¿cuál es la que mejor representa Eduard Fernández?
La contención y la serenidad con la que se mueven tanto Paesa como Eduard, en la construcción del personaje. En situaciones terriblemente tensas en las que todo el mundo podía perder los papeles y los nervios, él conservaba la calma. Para eso era el jefe.
Le han catalogado a usted primero como al galán del cine español y luego como el tipo duro. ¿Dónde situaría usted a Jesús Camoes?
Es un personaje tremendamente complejo y difícil porque es el mejor amigo de Paesa, que se tira toda la película en pantalla y que habla poco. Y eso no es fácil para un actor. Además es el narrador de la película porque es el personaje más humano, porque es el que más se acerca al ciudadano de a pie. La dificultad era sobre todo esa: la contención que había que tener para poder lucirte con esas pocas armas.
Siempre es leal a Paesa, pero a lo largo de la película Camoes pasa de confiar en él ciegamente a desconfiar en cierto modo. ¿Con cuál de los dos facetas se identifica más usted?
Yo soy confiado siempre. Prefiero confiar, caer y levantarme todas las veces que haga falta, a ir de desconfiado por la vida. Al final es cierto que Camoes ya no confiaba en Paesa. Lo que sí tenía era una gran admiración y, además, a diferencia de Paesa, Camoes sí que sentía los valores de la amistad. Se metía a todas las locuras no para ganar dinero sino por el puro divertimento, por la aventura y la adrenalina que eso conllevaba. A él le encanta estar con Paesa. Camoes quiere a Paesa y Paesa no quiere a nadie, exclusivamente quiere el dinero. Por eso mi personaje tiene una decepción tremenda cuando le deja tirado.
Ustedes han confesado que durante el rodaje en París bromeaban sobre la posibilidad de que el verdadero Paesa les estuviera espiando.
Bromeábamos pero estábamos seguros de que estaba. Estoy convencido de que estaba. Él vive en París y no es tonto. Sabe que se está haciendo una película de su vida y seguro que como buen espía curioso que era eso lo mantendrá y seguirá intentando ver qué se está contando.
¿No ha habido ningún contacto con él para preparar la película?
No.
¿Y con Jesús Guimerá, el hombre que inspira a su personaje, Jesús Camoes?
Con él yo no. Además no digo su nombre porque Alberto [Rodríguez] me dijo que no quería que se diera su nombre. Al fin y al cabo el personaje de Camoes es el más ficcionado de la película. Todos los demás son bastantes reales. Roldán lo representa magníficamente Carlos [Santos] o Paesa, o Asunción o Belloch. Sin embargo, la construcción que ha hecho Alberto de Camoes utilizando a este amigo del Paesa real tenía como fin que nos sirviera como instrumento para poder contar la película.
Pero para preparar el personaje, ¿usted se puso en contacto con él o con su familia?
No. Estuvimos a punto. Yo sé que estuvo Alberto con él, pero no nos interesaba porque yo no iba a hacer Guimerá. Iba a hacer un personaje. Nos permitíamos la licencia de contar una historia basada en hechos reales pero con su parte de ficción en la que Camoes es una de las más grandes.
¿Y con Roldán? ¿Hubo contacto?
Alguno sé que han tenido por ahí, pero no estoy autorizado para hablar.
¿Ve posible que hoy en día se pueda repetir un episodio similar en España, como el de Paesa?
No, no, no. No, por los sistemas de seguridad en los que vivimos hoy. Por desgracia el mundo se ha vuelto tremendamente desconfiado de todo y se está instalando seguridad en cualquier esquina. Esa impunidad con la que se movía esta gente hoy en día es impensable. Camoes y Paesa, a parte de todos los negocios que hicieron en Guinea etc. aterrizaron un avión Jumbo en Sarajevo en plena guerra con pegatinas de la Cruz Roja, lo cargaron de obras de arte y se lo llevaron para París. Hoy eso es impensable. Pero entonces, en los 80 y 90, el cielo no estaba controlado como está ahora. Era sólo de unos pocos.
Según se explica en la película el padre de Roldán dudaba de que se pudiera consolidar la democracia en España y decía que era porque “aquí viven los españoles”. ¿Coincide con esa idea?
Somos muy particulares los españoles. Somos el único país de Europa en el que a los tramposos los hemos considerado como los campeones, como personajes a imitar, cuando en otros países se les trata como delincuentes. Eso nos pasaba en unas épocas de bonanza, en las que el país crecía, la clase media crecía etc. Pero en el momento en el que nos han apretado un poco las tuercas todo el mundo ha considerado que se debía acabar la tontería. Todas las semillas de la sinvergonzonería en la que se mueve hoy España están en estos capítulos de Paesa: las sociedades offshore, los helicópteros.
Un poco más tarde también.
Sí, sí, es verdad.
¿Considera que la corrupción es inevitable?
No, no. Yo creo que es evitable. Pero sólo se puede evitar a través de dos mecanismos: a corto plazo, con controles de seguridad; o más a largo plazo, con educación y ética, desde niños en el colegio.
Se dice, en todo caso, que la clase política representa a la sociedad.
¡Pues estamos aviados! No quiero pensar que la sociedad es lo que representan nuestros políticos, porque es el peor momento de la historia política de España. Es de vergüenza lo que está sucediendo. Son incapaces de luchar y trabajar por el país. Siguen trabajando por sus partidos y por sus sillones.
¿Cree que la situación ha mejorado desde los años 90 a esta parte, al menos en el ámbito de la corrupción?
Está mejorando simplemente porque se están empezando a levantar las alfombras. Antes no se levantaban, pero ahora, ante las irrupciones de otros partidos, se ha conseguido que se empiecen a levantar. Está por llegar la buena salud del país, pero nos quedan años de tufo corrupto y seguir levantando y sacando de todo.
Ha comentado que alguna vez le tentaron para meterse en política. ¿Sigue siendo difícil compaginar la militancia y la profesión de actor en España?
Es que somos muy tontos aquí. No sabemos diferenciar las profesiones de las personas. Me da mucha envidia que en América los actores puedan decir que son demócratas o republicanos y luego cuando les dan el Oscar les aplaude todo el mundo. Aquí es difícil decantarse como era difícil hacer cine de nuestra historia porque siempre te la jugabas. No abordamos nuestra historia, que es riquísima cinematográficamente y que puede aportar a la sociedad enriquecimiento cultural y de dónde venimos y a dónde vamos.
Ya que se moja un poco, ¿cómo está viendo la situación de bloqueo a la hora de formar gobierno en este último año?
Fatal. No lo entiendo. Creo que era la oportunidad perfecta para solucionar de verdad todos esos problemas que nos competen a todos. Al no haber una mayoría deberían decir: “sentémonos y hagamos acuerdos: pactos de educación, de sanidad…” Era el momento de hacerlo, y no se aborda. Entonces, dices: “me cago en vosotros”. Yo siempre decía que quitándoles el sueldo pactarían rápido.
¿No le parece que también hay un poco de dejadez por parte de la ciudadanía? Porque no hay grandes manifestaciones ni grandes protestas a pesar del bloqueo…
Y lo peor es que yo creo que va a más. Si se celebran unas nuevas elecciones la participación va a ser mínima. Hasta yo me lo planteo [ir a votar] y considero que estoy involucrado y que cumplo con todos mis deberes. Pero, ¿para qué? Si no se lo merecen. Se tienen que ir todos. No sé qué es lo que hay que hacer.
Además de en El hombre de las mil caras ha participado en diferentes thrillers políticos como Lobo o GAL . ¿Está cómodo en este género?
Sí. Me encuentro cómodo. Mi labor como actor es entretener pero también cada día que me levanto y cada proyecto que acepto es muy importante si puedo aportar un poco de reflexión a la sociedad. Siempre que hay películas en las que pones sobre la mesa temas que nos atañen y nos competen a todos las cojo con mucho interés. Sobre ETA he hecho más películas y me he comprometido muchísimo porque creo que es nuestra obligación no ya sólo como actores sino como ciudadanos de a pie.
Alberto Rodríguez ha rodado La isla mínima o Grupo 7. Parece que tiene un buen conocimiento de las cloacas del Estado.
Sobre todo lo que tiene es una conciencia tremenda. Tiene la inquietud de contar y de aportar a la sociedad. Tenemos un lujo con él.
¿Qué es lo que más le ha gustado de trabajar con él?
Su nivel de exigencia y de perfección es tremendo. Encima es un ser humano con una sencillez y una humildad… Es uno de esos que te tortura y le das las gracias porque lo hace tan bien. Es muy exigente a la hora de trabajar.