Por Mar Marín | Efe
01/09/2016
Brasil ha dejado atrás la llamada «era del PT», como se conocen los 13 años de gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), y dio un giro a la derecha con la destitución de Dilma Rousseff y la investidura de Michel Temer.
El Senado ha aprobado la destitución de Rousseff por una aplastante mayoría: 61 votos frente a 20, aunque la ya ex presidenta, en una decisión inesperada de la Cámara Alta, no será inhabilitada y podrá desempeñar cargos en la función pública.
La Cámara Alta ha considerado que Rousseff cometió «delitos de responsabilidad» por las supuestas maniobras con las que intentó maquillar las cuentas públicas.
Brasil daba por descontada la destitución de Rousseff y no ha alterado su pulso con el proceso. En las calles, este jueves, apenas unos cientos de personas celebraron el final del ciclo del PT, mientras que en Río de Janeiro y Brasilia, por el contrario, las movilizaciones fueron en apoyo de la ex presidenta.
La histórica sesión que se ha vivido este miércoles en el Senado brasileño ha sido el desenlace, anunciado, de un proceso del que comenzó casi tras la asunción de Rousseff en su segundo mandato, en enero de 2015, y que se materializó a principios de este año.
El procedimiento avanzó y Rousseff, que llegó al poder en enero de 2011 y fue reelegida con más de 54 millones de votos a finales de 2014, fue separada temporalmente del poder en mayo y sustituida por su entonces vicepresidente, Michel Temer, líder del poderoso Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), el más importante del país.
Desde entonces, se ha escrito una crónica con final anunciado. Desgastada por los escándalos de corrupción y la crisis económica, la primera mujer que ocupó la Presidencia de Brasil no ha logrado recomponer las alianzas del PT y ha quedado en minoría ante el juicio político promovido por Temer y sus aliados.
Este jueves, ya como ex presidenta, Rousseff ha vuelto a denunciar que se ha consumado un «golpe de Estado» en Brasil y ha llamado a una «enérgica y firme oposición contra los golpistas».
«Es el segundo golpe de Estado que enfrento en la vida. Primero fue el militar (1964), que me afectó cuando era una joven militante; el segundo fue el parlamentario, que me derriba del cargo para el que fui elegida», ha afirmado Rousseff, arropada por decenas de simpatizantes y colaboradores minutos después de su destitución.
«El Senado ha tomado una decisión que entra en la historia de las grandes injusticias: ha escogido romper la Constitución; ha decidido interrumpir el mandato de una presidenta que no ha cometido ningún delito; han condenado a una inocente y han consumado un golpe parlamentario», ha denunciado en un enérgico discurso.
Rousseff ha convocado a las viejas bases del PT, hoy menguadas, a defender los logros sociales que estrenó su padrino político, Luiz Inácio Lula da Silva, cuando llegó al poder, en 2003, y que permitieron a unos 30 millones de brasileños incorporarse -al menos temporalmente- a la clase media.
Pero Lula, que ha acompañado los últimos días a Rousseff y que este miércoles se ha mantenido en un discreto segundo plano junto a la ex presidenta, vive sus horas más bajas.
Ya no es el político mejor valorado de Brasil. Al contrario, está en el blanco de la Justicia por supuesta corrupción y debilitado en su papel de líder de la oposición frente al Gobierno de Temer.
Además, el legado social que dejó tras ocho años de gobierno (2003-2011) se ha diluido por la recesión económica, el megaescándalo de corrupción en Petrobras y el agujero en las cuentas públicas.
Investido con plenos poderes presidenciales, Michel Temer ha reunido a sus ministros y les ha exigido que desmonten la tesis del «golpe».
«A quienes les digan golpistas, respondan golpistas son ustedes, que están en contra de la Constitución», porque el proceso contra Rousseff se ha hecho «en el más estricto marco constitucional», ha dicho en su primer consejo de ministros tras jurar el cargo ante el Congreso.
A sus 75 años, este abogado que pertenece a una familia de origen libanés y que nunca encabezó una candidatura presidencial asume un país dividido políticamente y en plena recesión.
En su primer mensaje a la nación tras asumir el cargo, Temer ha propuesto un diálogo con todos los sectores políticos en un esfuerzo para cumplir su compromiso de entregar el país «reconciliado y en ritmo de crecimiento» al gobernante que le suceda.
«Reitero mi compromiso de dialogar democráticamente con todos los sectores», ha dicho.
Los mercados, que le han apoyado, esperan que ahora cumpla con sus compromisos de reformas y ajustes, empezando por el sistema de jubilaciones y las privatizaciones.
Los últimos datos oficiales dibujaban un escenario desalentador: La economía de Brasil ha caído un 3,8% en el segundo trimestre en comparación con el mismo período del año pasado y el déficit fiscal ha llegado a los 11.100 millones de dólares entre enero y julio, el mayor de la historia para un periodo similar, mientras que en el último año se ha perdido 1,7 millones de empleos.
Los mercados, que daban por descontada la destitución de Rousseff, apenas han reaccionado: la bolsa de Sao Paulo bajó un 1,15% y el real se ha apreciado un 0,61% frente al dólar.
La asunción de Temer implica, además, un giro radical en la política exterior de Brasil, que rompe con el círculo «bolivariano» y mira a países como Estados Unidos y a la Argentina del conservador Mauricio Macri.
«Espero que cuando dejemos el poder, lo hagamos con el aplauso del pueblo brasileño», ha declarado este miércoles Temer, aunque ha admitido que «no será fácil». Tiene poco más de dos años, hasta el 1 de enero de 2019, para lograrlo.