Texto Javier Molins | Ilustación Luis Moreno
08/01/2017
El mercado central de Florencia –ubicado muy cerca de la basílica de San Lorenzo donde se encuentran las tumbas de Giuliano y Lorenzo de Médici diseñadas por Miguel Ángel– es una bella construcción modernista que data del siglo XIX y que surgió ante las limitaciones que presentaba el tradicional mercado del Porcellino, creado durante el Renacimiento y dedicado actualmente a productos de marroquinería.
El mercado central se ha sumado a esa tendencia gastronómica consistente en abrir hasta la medianoche con una serie de atractivos restaurantes en los que se pueden degustar los productos que están a la venta. Al entrar en sus instalaciones por la puerta principal, uno percibe en las altas cristaleras algo que desentona con el resto del conjunto. Se trata de una serie de fotografías en las que se puede ver una mano con una característica “peineta” enfrente de famosos iconos culturales como son La Gioconda, el parlamento británico, el coliseo de Roma, la ópera de Sidney o la Tate Modern de Londres. En la cristalera del fondo se ve un retrato del autor de las mismas: el artista que en 2011 fue declarado por la influyente revista Art Review como el hombre más poderoso del mundo del arte: Ai Weiwei (Pekín, 28 de agosto de 1957).
El director del Palazzo Strozzi, Arturo Galansino, que es el comisario de la exposición dedicada a Ai Weiwei en el Palazzo Strozzi (que incluye, además de esta instalación en el mercado central, otra obra expuesta en la galería de los Uffizi) ha reunido a un muy reducido grupo de invitados en un apartado del mercado central para una cena informal el día previo a la presentación de la exposición. La velada transcurre plácidamente entre lonchas de prosciutto, porciones de pizza, trozos de queso pecorino y bocadillos de lampredotto (estómago de vaca muy típico de Florencia) cuando, de repente, se forma un pequeño alboroto entre los comensales. Ai Weiwei acaba de aparecer. Presenta un aspecto rejuvenecido, pues ha perdido peso y se ha rasurado tanto el pelo como su larga y característica barba.
Saluda afablemente al reducido grupo de invitados con un firme apretón de manos. Tan solo el director y tres de los presentes hemos visto una exposición que ha creado una gran controversia en la ciudad antes incluso de inaugurarse y que estará abierta al público hasta el 22 de enero. El motivo ha sido que Ai Weiwei ha colgado en la fachada renacentista del Palazzo Strozzi 18 enormes lanchas salvavidas de las utilizadas por las autoridades italianas para rescatar a los refugiados sirios que llegan a sus costas. Una polémica que, sin duda alguna, buscan tanto el artista como Arturo Galansino, que lleva poco más de un año como director del Palazzo Strozzi y afirma de forma clara y contundente que está ahí “para enseñar y educar. Italia es el país que más hace por los refugiados. Estamos solos en la Unión Europea”.
Ai Weiwei escucha atentamente con su rostro inescrutable y con las manos entrelazadas y los brazos apoyados frente a su prominente barriga. Quizás el hecho de que el gobierno chino lo arrestara en 2011 durante 81 días y le confiscara el pasaporte durante los siguientes cuatro años le ha hecho más prudente. Ante la pregunta sobre qué le ha parecido la exposición, abandona su silencio para destacar que se ha encontrado “con obras que hacía mucho tiempo que no veía”. “Tienes una sensación extraña, como de que ya no te pertenecen, las ves con mucha distancia”. El artista se refiere a una de las principales novedades de esta muestra en comparación con la gran retrospectiva que le dedicó la Royal Academy of Arts de Londres: toda una sección dedicada a su etapa de formación en Nueva York entre 1981 y 1993. Aquí se puede ver una foto en la que Ai Weiwei aparece como retratista callejero, con lo que comprobamos que sus inicios fueron duros. Pero fue en esta ciudad donde conoció la obra de los dos artistas que han sido su principal fuente de inspiración: Marcel Duchamp y Andy Warhol. Y es que en esta interesante sección encontramos una fotografía de Ai Weiwei en la que posa frente a un autorretrato de Warhol imitando la pose del creador norteamericano, que también hizo de su persona una de sus principales obras de arte.
Ai Weiwei muestra su interés en probar los productos típicos italianos y es en ese momento cuando sucede lo inevitable. Uno de los asistentes le pide permiso para hacerse un selfie con él, a lo que accede gustosamente. Es el propio artista quien agarra el teléfono y realiza las fotografías de todos los que se lo piden, que son muchos. Quizás por ello, se escapa a la primera de cambio y desaparece con el mismo sigilo con el que entró en el mercado. Mañana le espera un largo día con la rueda de prensa e inauguración de la exposición.
LIBERO, LA AMBICIOSA MUESTRA
El día amanece soleado aunque unas nubes amenazan en la distancia, toda una metáfora de la situación que se vive en la presentación de la exposición. Los días anteriores ha habido incluso manifestaciones en contra de la muestra y artículos en la prensa local tanto a favor como en contra de la misma. La ciudad está dividida. El interés se palpa en la quinta planta del Palazzo Strozzi donde la sala de conferencias se queda pequeña para acoger a los cerca de 200 periodistas acreditados, algo poco común en una exhibición de arte contemporáneo.
La mesa se encuentra repleta de autoridades y patrocinadores, pero ni rastro del artista, a quien aguarda una silla vacía. Deciden comenzar la rueda de prensa sin él. El director abre el turno de intervenciones explicando el sentido de la exposición. Se suceden los discursos de las autoridades hasta que llega el turno de Dario Nardella, el joven alcalde que ha sustituido a Matteo Renzi al frente de la ciudad. Sin esperar al turno de preguntas, entra de lleno en la polémica con un discurso brillante sobre la libertad que concluye citando el artículo 33 de la Constitución italiana: “son libres el arte y la ciencia”, lo que levanta incluso el aplauso de los presentes. No debemos olvidar que el título de la exposición es Libero.
Justo cuando llega ese embarazoso momento en que han terminado todas las intervenciones y la silla del principal protagonista sigue vacía, aparece el artista con el mismo sigilo con el que se esfumó la noche anterior en el mercado central.
Ai Weiwei toma asiento y decide someterse directamente al turno de preguntas. La primera se centra en el título de la exposición. El artista no rehúye la polémica que su muestra ha suscitado en Florencia y comienza sus palabras diciendo que “es un placer estar aquí en una ciudad con un tradición artística tan importante. Para mí, es muy especial hacer aquí mi primera exposición en Italia porque es la cuna del arte y es un lugar con el que he soñado mucho tiempo. Cuando era un niño mi padre ya me hablaba de Florencia”. El artista se refiere al poeta Ai Qing, que en 1958 fue deportado por el régimen comunista al desierto de Xinjiang y no fue rehabilitado hasta la muerte de Mao Zedong en 1976, cuando pudo por fin volver a Pekín. Por tanto, Ai Weiwei viene de una familia con un largo compromiso con la libertad.
Como él mismo señala, tiene “un gran respeto por las personas que perdieron su libertad”. De ahí que para esta exposición haya creado unos retratos hechos con piezas de Lego de personajes florentinos como Dante, Savonarola, Galilieo o el propio Strozzi que sufrieron en sus carnes las consecuencias de expresar libremente sus ideas.
Pero Ai Weiwei no quiere hablar solo del pasado, pues es de los que piensa que aún quedan muchas batallas por librar y una de las principales es la de los refugiados. “He estado en muchos lugares donde hay refugiados como en la isla de Lesbos, en la frontera de Turquía, en Jordania, en Líbano, en Gaza, en Siria y he entrevistado a cientos de personas para un documental y tengo que decir que tengo un respeto muy grande por la gente que lucha por buscar la libertad y que arriesga su vida y la de sus hijos para buscar un futuro mejor. Ellos son los héroes de nuestro tiempo”.
La conversación deriva hacia otro tema de actualidad, las redes sociales, un campo en el que el artista es muy activo. “En las redes sociales no hay fronteras, todo el mundo es igual, todo el mundo puede expresarse. Son muy democráticas”, concluye.
La siguiente y última pregunta se centra sobre lo que el artista le diría a la gente que tiene miedo de la inmigración y de los refugiados. Ai Weiwei no se lo piensa ni un minuto y entra de lleno en la reciente campaña electoral estadounidense: “Hay países como Estados Unidos que están hechos por inmigrantes. El padre de Obama es de Kenia y estoy seguro que Trump no desciende de los indios nativos americanos. Mirando al pasado podemos aprender mucho”.
Ai Weiwei se levanta de la mesa y accede a posar para los fotógrafos delante de una de sus obras obras situadas en la entrada del palacio. Cuando llega el resto de los periodistas, el artista ya se ha esfumado. Ai Weiwei en estado puro.