Los partidos populistas, tanto de derechas como de izquierdas, algunos abiertamente prorrusos, lograron buenos resultados en las europeas de mayo del año pasado. Entre todos ellos lograron un cuarto de los escaños. Este fenómeno ha generado una cierta preocupación ante la posibilidad de que se esté formando un bloque prorruso en Estrasburgo.
En Grecia, Syriza, el partido en el gobierno de izquierda radical, hace guiños a Rusia. El 11 de febrero, Nikos Kotzias, el nuevo primer ministros, viajó a Moscú, en lo que supuso la primera visita oficial a una capital extranjera fuera de la Unión Europea. Syriza no se muestra partidaria de la sanciones contra Rusia y ya se ha opuesto a ampliarlas. Otro partido de izquierdas que ya ha manifestado su apoyo a Rusia es Podemos, en cabeza en muchas de las encuestas en España. Su líder ha acusado en varias ocasiones a Occidente de mantener un doble rasero con respecto a Rusia.
El Frente Nacional francés, el partido de extrema derecha por antonomasia, admira abiertamente a Putin. Su líder, Marine Le Pen, ha realizado varios viajes a Moscú. Recientemente ha aceptado un crédito de 9,4 millones de euros del First Czech Russian Bank, una entidad crediticia relacionada indirectamente con el Kremlin. Se supone que es el primer tramo de una línea de crédito de 40 millones de euros (una gran cantidad para un partido como el Frente Nacional). Marine Le Pen afirma que sus peticiones fueron rechazadas por los bancos occidentales.
Jobbik, el partido ultra de Hungría, que alcanzó el 20% en las elecciones parlamentarias de abril del año pasado, es abiertamente prorruso. En 2013 su líder describió a Rusia como el guardián de la herencia europea, todo lo contrario que “los traidores de la Unión Europea”. Bela Kovacs, la figura más polémica del partido y miembro del Europarlamento, ha realizado lobby a favor de los intereses del Kremlin y ha apoyado la invasión rusa de Crimea.
Incluso Fidesz, el partido que gobierna en Hungría, antaño furibundo anticomunista, está acercando posturas con Moscú. En julio, el primer ministro Viktor Orban, afirmó que estaba esforzándose por abandonar la democracia liberal y acercar su país a un modelo de “estado intolerante” que esté dentro de la Unión Europea. Orban puso de ejemplo para su modelo a Rusia y Turquía.
También ha habido rumores, menos sustentados, de apoyo ruso a partidos británicos e italianos, incluyendo el antieuropeo UKIP. Lo que sí es cierto es que el líder de UKIP, Nigel Farage, ha descrito a Vladimir Putin como el mandatario mundial al que más admira.
Sin embargo, hay pocas pruebas fehacientes, quitando al Frente Nacional, de que los partidos populistas hayan aceptado dinero ruso, algo difícil de contrastar teniendo en cuenta la opacidad de sus finanzas. Anton Shekhotsov, experto en partidos radicales, considera que el caso del Frente Nacional es más la excepción que la norma. También señala que el Kremlin, al menos en el pasado, prefiere poner en nómina directamente a los políticos de forma individual antes que financiar a sus partidos.
Rusia ya ha encontrado una forma de aprovechar sus amistades europeas: que (para algunos) den legitimidad a sus fraudulentas elecciones. Un grupo variopinto de populistas viajaron para apoyar el referéndum de Crimea y las elecciones en Donetsk, ambos organizados por los separatistas prorrusos. Entre ellos estaban el ultra húngaro Kovacs, y Aymeric Chauprade, asesor de Marine Le Pen. La prensa rusa les presentó como observadores independientes de los comicios.
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